SÁBADO A LA TARDE
Vos
creías
que
los sábados a la tarde
eran
siempre un introito, un prefacio, un preludio,
un
augurio benigno.
Lo
creías cuando tenías siete años y espiabas por la ventana
a
las chicas de al lado
alborotando
baldosas con su olor a bienvenida,
peinadas
de peluquería, todas,
y
con esas botas.
Lo
creías, también, cuando eras princesadisneyhellokittykimbasingermadonna,
y
te atragantabas con puntillas y portaligas porque te costaba decidirte
entre
el candor y los motines piel adentro;
cuando
no mentías
al
cerrar la boca, al abrir las piernas,
al
acariciarle la cabeza al chiquito de la vecina.
Vos
eras tan ingenua, tan ingenua,
que
me da entre vergüenza y pena recordarte
mientras
manoteo con ferocidad una lata de tomates
y
me escandalizo porque en el super chino
venden
novelas de Corín Tellado
(veneno,
veneno,
la
historia no termina en boda,
la
historia empieza en boda y degenera
en
algo tan pedestre como un paquete de lentejas en remojo,
y
las chicas de al lado son señoras gordísimas,
y
yo me canso de repetir silencios,
y
me canso, te juro que me canso,
de tener siempre los ojos empapados
por esta insistente llovizna
de manos vacías).
Arte: Sarah Bishop
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