ARAÑAS VERDES
La Muerte siempre estuvo ahí.
Siempre.
Fue una vecina más cuchicheando en las esquinas del barrio
cuando el pibe de los ojos increíbles se ahogó en la
tosquera
(el pibe tenía catorce años y vos apenas siete,
pero te gustaban esos ojos calientes como arañas verdes).
Él no te había mirado nunca
(cómo te iba a mirar,
tan chiquita,
con esas patitas flacas y el pelo demasiado corto,
y el álbum de figuritas con brillantina al que le faltaba la
más difícil
siempre debajo del brazo),
pero pasaron cuarenta años
y cada vez que un pibe se va así,
engullido por ese sacrificio urbano
que convenimos en llamar accidente,
soñás con arañas verdes.
Arañas que trepan por tu cuerpo nuevamente niño,
se enredan en tu pelito corto
y hacen agua en tu mirada para llover su dolor toda la
noche.
Para llover toda la noche los recuerdos
que no serán nunca
y la impotencia de saber que Ella siempre estuvo ahí,
que siempre va a estar ahí,
cuchicheando con las vecinas,
mientras alguna madre descuelga de su útero
una guirnalda de mariposas rotas.
Arte: "Bride of the lake", Stephen Mackey
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