HERMANAS
Yo soy Meg, decía ella, correctísima,
Yo soy Meg, decía ella, correctísima,
y a mí me parecía verla
alisando los pliegues de su vestido largo
adornado con moños y volados.
Yo era Jo, casi siempre,
(pero en secreto también era Amy,
quería probarme todos los sombreros,
pasear por Europa,
casarme con Laurie).
Ella era la hermana mayor
y se había tomado tan en serio el papel
que los dos años que me llevaba
parecían eternos.
Siempre tenía los útiles en orden,
los deberes al día,
el guardapolvo impecable.
Tenía, además, el pelo largo y lacio,
las piernas interminables,
todo eso que yo no iba a tener nunca.
Vos tendrías que aprender
un poco de tu hermana,
sentenciaba mamá,
y yo no sabía si la quería o la odiaba
(la quería porque me había hecho un traje
de Mujer Maravilla
con una cortina roja vieja,
una bombacha de stretch azul
y mucho papel glasé metalizado;
la odiaba porque era mejor que yo,
siempre iba a ser mejor que yo
y no perdía todas las pinturitas la
primera semana de clases).
A pesar de dormir en la misma habitación
nunca nos quedamos hasta las seis de la
mañana
compartiendo secretos del corazón.
Pero cuando estaba de luna de miel
me mandó una tarjeta postal contándome que
le había dicho
Ra, prendé la luz a su flamante marido.
A
pesar de llevar la misma sangre
nunca nos acercamos demasiado
(no éramos las chicas March,
ni las rubiecitas de la tribu Brady:
éramos hermanas de verdad,
disputándonos la mirada amorosa de un
padre
que había muerto hace siglos).
Hoy estamos las dos espantando mariposas
negras
en la sala de espera
de una Unidad de Terapia Intensiva.
Ella, con zapatos Ricky Sarkany
y blusas impensables en la vidriera de los coreanos.
Yo, con un jean así nomás
y un bolso enorme con la cara de Marilyn
Monroe.
Ella, llamando por teléfono a todo el
mundo.
Yo, pidiéndole que también llame a mi
hijo o a mi marido,
porque mi celular no tiene crédito,
no tiene batería, me lo
olvidé,
ojalá que no lo haya
dejado en el bar.
(Y ella llama, claro;
(Y ella llama, claro;
hace más de cuarenta años que sabe que no
soy Jo:
soy la que pierde todas las pinturitas la
primera semana de clases).
¿Y si le dijo que sí, que
la quiero?
Arte: Iman Maleki
Ha sido maravilloso leerte. Cuanto extrañaba tu poesía. Bella e impecable. Tuya de ti. Gracias Raquel por escribir así. Un beso y un abrazo.
ResponderBorrarYahaira Valverde
Querida amiga, que alegría reencontrate. Un abrazo enorme y gracias por tu lectura.
BorrarMe encantó,me identifiqué con semejante fraternidad!!! Abrazo!
ResponderBorrarGracias! Son relaciones tan especiales las que se dan entre hermanas! Un abrazo!
BorrarEsa es mi hermana. Y yo no perdía pinturitas... A veces, perdía vida. Nada menos.
ResponderBorrarTe quiero.
BorrarAy! Raquel... Yo soy esa tu hermana... la que fue casi tan perfecta como la madre, la que suplía a mamá cuando no estaba... la que maduró antes de tiempo porque fue la primera de cuatro, la responsable y la que si pasaba algo tenía la culpa de todo, a pesar de no saber por donde llovía aquellos sollozos... y la que siempre quiso ser la persona segunda con nombre Juan y la tercera con esos pájaros en la cabeza siempre... a la cuarta casi la parí...
ResponderBorrarEs increíble cómo incide en nuestras vidas el orden en el que llegamos a la familia, Carmen. Los hermanos mayores tienen una gran exigencia y tienden a ser los perfectos, los que responden a las expectativas de los padres. Y muchas veces, como en tu caso, los que deben sacrificar su niñez/juventud para asumir responsabilidades que no les corresponde asumir. Los segundos somos más relajados, aunque ser el hermano del medio suele tener sus conflictos. Los más chicos suelen ser un tiro al aire. Un abrazo enorme, y a no dejar asignaturas pendientes, que todavía estamos vivas, mujer, y hay que aprovecharlo.
Borrar