La
mujer rapanui tiene la piel tatuada
por los
pigmentos de los ávidos soles
que
arden en los farallones
y en
sus largos cabellos se hamaca
la
noche pudorosa
como
una novia impúber.
La
mujer rapanui se mueve con la gracia
de la
lluvia ligera,
de la
ola que estalla en un escándalo
de
peces y tortugas,
y sus
pezones erectos crecen desaforados
hacia
un cielo perplejo
con la
osadía trepadora de las buganvillas.
La
mujer rapanui tiene las caderas rotundas,
amasadas
por los céfiros procaces
y las
sales marinas,
y la
claridad plena de su vientre ilumina
el
secreto camino donde carne y labio dilucidan
en la
cópula hambrienta
los
arcanos más dulces de la isla.
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