jueves, 27 de marzo de 2008

TODOS LOS HOMBRES QUE AMÉ


TODOS LOS HOMBRES QUE AMÉ

(POEMA JOCOSO SOBRE REALIDADES TRÁGICAS)



Todos los hombres que amé

eran unos reverendos imbéciles.



(No, nena, así no se empieza un poema,

esto suena a Olympe de Gouges

y a mujer decapitada,

porque nada hay más engorroso

que una mujer que tiene cabeza y la usa.

Mejor empezá diciendo:

"Todos los hombres que amé

eran tan diferentes a mí

que se empeñaron en abrirme el estómago de un tajo

para ver qué clase de estopa

rellenaba a la muñequita de ojos grandes

y humor cambiante como un calidoscopio").

Va de nuevo, entonces.

Todos los hombres que amé

eran tan diferentes a mí

que se empeñaron en abrirme el estómago de un tajo

para ver qué clase de estopa

rellenaba a la muñequita de ojos grandes

y humor cambiante como un calidoscopio.

Ninguno reparó en que una muñeca rota

no sirve para jugar con ella.



Uno tenía la manía de lavarse las manos con jabón Espadol

antes de tocarme

y me escribía largas cartas diciéndome

que una mujer es como un chocolatín Jack,

de esos que vienen con sorpresa:

mordisquear lentamente el chocolate es maravilloso,

pero el verdadero tesoro está adentro

(y yo leía esas cartas y me lamentaba

de haber sido devorada siempre de dos mordiscos

como una vulgar hamburguesa de McDonald´s).

Al final,

ni chocolate ni hamburguesa:

el tipo,

además de ser un histérico,

no tenía dientes.



Otro ponía en práctica a menudo la ibérica sentencia

“porque te quiero te aporreo”,

pero también me escribía epístolas eternas

repitiendo la frase “TE AMO”,

setenta veces siete y una más

(y yo leía esos mails y razonaba

con mi corta inteligencia de mujer con cabeza,

pero que no la usa,

que un amor así

no iba a acabarse nunca).

Al final,

el amor se acabó

y yo, con tantas aporreadas,

quedé más tonta de lo que era antes.

Un par de ellos tuvieron la genial idea de morirse

y otro par,

la de decirme que estaba más gorda,

cuando me los volví a cruzar,

después de muchos años.



Uno daría la vida por mí,

aún hoy,

siempre y cuando el sacrificio

no coincidiera con el día y la hora

en los que Boca sale a la cancha.

Otro lloraba en la puerta de mi casa

con un ramo de rosas rojas en la mano

(pero no, a ése no lo amé,

ése me amó a mí;

así de ingratas solemos ser las mujeres).



Todos los hombres que amé me decepcionaron.



Todos, menos uno.



Tócala otra vez, John,

e imaginemos que el mundo

está lleno de tipos piolas.






Arte: "Paper Plane", Young Chun



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