domingo, 17 de marzo de 2024

LAS SIRENAS


 LAS SIRENAS



Las sirenas somos

mujeres a medio camino
entre el capricho  y el naufragio.
Somos un dolor de Andersen,
una estatua en Copenhague,
una maldición griega,
una caricatura de Disney,
un truco de feria.
Tenemos un nudo de peces en la garganta
cuando decimos que sí con la cabeza
y decimos que no con el corazón
(un parpadeo de algas
en la comisura del verano,
una retahíla de caracoles transparentes
entrampada en las palabras).
Nos miramos los pies inexistentes
y nos probamos zapatos de agua.



Las sirenas nunca nos damos por vencidas:
nos damos por pescadas.
Insistimos en devorar anzuelos
(aunque nadie puede atraparnos jamás
porque mentimos demasiado).
Renegamos del mar
pero no podríamos vivir en otro lugar
(necesitamos que las olas nos arropen
cuando llega la noche;
necesitamos el líquido sustento del océano
para esconder nuestras lágrimas).



Las sirenas entorpecemos todas las cosas.
Confundimos  el sueño con la muerte,
el hambre con el dolor
de los  parques  descuidados.



Las sirenas somos mujeres a medio camino
entre el horror y el milagro.
Somos un cuento de nunca acabar,
una pintura de Waterhouse,
un fraude del siglo XIX,
un  guiño crispado,
el personaje secundario
de una  ópera de Wagner.
Tenemos un problema serio
debajo de la cintura:
una mitad de pez que no pedimos,
una súplica de erotismo impracticable.
Las sirenas somos,

mal que nos pese,
una promesa de sexo
naturalmente incumplida.



viernes, 15 de marzo de 2024

ESOS HOTELES


 ESOS HOTELES

 

Resplandecían

como palacios edificados con miga de pan y saliva,

y en su memoria germinada de espejos

se multiplicaban los pecados más hondos.

En sus párpados de algodón y lienzo

dormitaba el relámpago.

 

Yo entraba a esos hoteles

de la mano del viento.

Jugaba a olvidar mi nombre.

Imaginaba

a todas las mujeres que me habían precedido,

obstinadas gotas de miel marcando pertenencia

en el cielorraso de las habitaciones,

perpetuas en su desnudez complacida.

Imaginaba

que esos hoteles eran museos vivos

donde los cuerpos fosforecían

y las piernas eran obras de arte

colgadas de las paredes.

 

Yo entraba a esos hoteles,

casi siempre encendía un  cigarrillo,

y dejaba que el amor me sorprendiera,

altivo como un  gato.

Me rompía

en un  golpe de ansiedad y sangre

para que Dios recogiera  los pedazos

y me creara nueva,

ondulante como una serpiente de oro,

virginal como un puerto a mediodía.

 

Yo entraba a esos hoteles,

casi siempre  una flor inquieta,

casi siempre una fruta

a punto de caer del árbol.

Me parecía al fuego

y era el fuego.

Eterna en un instante.

 


Arte: "Couple in bed #1", Edgeworth Johnstone 

miércoles, 13 de marzo de 2024

DEBAJO DE LA OLA


DEBAJO DE LA OLA


Debajo de la ola 

los sonidos húmedos del caos amatorio 

giran junto a la espuma. 

Soy un pez 

sorprendido 

en el anzuelo prodigioso de tu sexo, 

desbordado 

en su líquida fosforescencia. 

Tus ojos son navajas 

que evisceran 

mi mirada sin párpados, 

cuchillas que se clavan en mi vientre 

con un eco insondable 

de caracolas plenas. 

Debajo de la ola 

una cinta de algas ondulantes 

se derrama en mis flancos. 

Soy un pez 

y mis branquias 

estallan de deseo. 

Y ruedo 

enredándome en el canto 

de una sirena atávica 

varada entre tus muslos 

cuando asciende la marea como el grito 

y la luna 

se desboca en escamas de plata 

sobre la mueca  salobre del océano.







Arte: IG art 

domingo, 10 de marzo de 2024

UNA MADRE TERRIBLE


 UNA MADRE TERRIBLE


Va a ser una madre terrible, dijeron,
cuando mi embarazo se hizo evidente
y las vecinas maliciosas afilaron los colmillos
para preguntar
cuándo me había casado.
Terrible, sí.
Demasiado irresponsable,
demasiado irreflexiva,
demasiado emocional.

Voy a ser una gran madre, dije yo,
y traté de rodearte de belleza:
caricaturas de Tex Avery,
música de Los Beatles,
historias de cronopios famas.
Pero el oráculo del barrio no se equivocó:
fui una madre terrible.
Dije que sí cuando debí decir que no.
Dije que no cuando debí abrazarte.
Y cuando no supe qué decir
me tiré en la cama a llorar
y no me levanté durante meses.
Vos tenías once o doce años
y no entendías.
Yo era una adulta
(demasiado irresponsable,
demasiado irreflexiva,
demasiado emocional)
y tampoco entendía.

Fui una madre terrible.
No supe
sembrar tu nombre en la luz.

De tu papá heredaste
los ojos verdes,
la nariz perfecta,
el contundente apellido italiano.
De mí,
la lluvia que gira entre tus dedos
como un trompo infeccioso.
Cronopiosfamas, y ninguna esperanza.
Los pies fríos,
la duda irrazonable.
La tristeza


 

viernes, 8 de marzo de 2024

NO ERA TAN FÁCIL


 NO ERA TAN FÁCIL

 
No era tan fácil ser mujer

como decían

los libros de lectura.

No bastaba con amar,

mimar,

amasar.

Tener un delantalito con volados,

siempre la cintura de los veinte,

nunca un pelo fuera de lugar.

No era tan fácil,

tan plano,

tan vacuo.

Figurita repetida

en todas las cocinas.

Sonrisa atornillada.

Jamás sola,

jamás cansada,

jamás borracha.


 
No era tan fácil ser mujer

como decían

los libros de lectura.

No todo era limpio,

y brillante,

y empalagosamente alegre.

Había que contar

con talismanes más rotundos

que el palo de amasar

y el delantalito

para intentar ser feliz:

un libro,

un puño alzado,

una copa de vino.


 
A veces me pregunto

si se habrán extinguido

las mujercitas

de los libros de lectura de mi infancia

o seguirán amando,

mimando,

amasando,

en un Parque Jurásico

frívolo y reluciente.


 
No era tan fácil ser mujer

como decían los libros de lectura:

era más duro.


Era mejor.