Antes de la gran muerte,
la definitiva,
hay pequeñas muertes cotidianas,
renuncias imperceptibles,
mínimas claudicaciones.
Mi madre no volverá a ver el mar.
Una pequeña muerte
vacía de caracoles y algas.
Una renuncia involuntaria
a la casa soleada del verano.
Los ojos de mi madre
se quedaron sin gaviotas.
No sé si ella lo
sabe.
No sé si lo comprende.
Su paisaje se redujo
a la blancura espectral de las sábanas,
al beso amargo de las píldoras,
a el ocaso brutal de la memoria.
Yo quiero regalarle el mar
a los ojos de mi madre.
Les hablo del azul,
de la sal,
del viento desnudándose
en la cadencia de las olas.
Les hablo de los peces.
Pero es inútil.
Mi madre no volverá a ver el mar.
Ni a saberlo.
Otra pequeña muerte
que la atraviesa
como el alfiler mezquino atraviesa
el cuerpo de una mariposa.
Un prefacio de la gran muerte.
La total.
La definitiva.
Hasta siempre, mamá.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario