LLUVIA
Dicen que la lluvia es buena para las cosechas.
Que la clorofila se estremece cuando la toca
con sus largos dedos transparentes
y el verde suena como un piano dulce,
como una campana de granos venideros.
Dicen que la lluvia es romántica.
Que los amantes se besan
entre sus pliegues de celofán líquido
y sus lenguas se convierten en salmones maravillosos
que se remontan hasta el origen de las gargantas.
Y que el amor es eso:
besarse debajo de la lluvia.
Sin embargo, a mí no me gusta la lluvia.
Hay cosechas y amantes, sí.
Hay clorofila y saliva.
Pero hay, también,
una casilla precaria,
un colchón en la vereda,
una carpa de circo con agujeros desteñidos,
un perro flaco empapándose el hambre
en algún umbral de ojos cerrados.
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