Cierro una puerta.
Atrás queda ese caracol de azúcar
que llamamos infancia.
Ese caracol que acerqué a mi oido
para saber el ruido del mar
y me contó el carnaval,
la fiesta de los lupines de la iglesia San José,
los asaltos y los lentos
que nunca consumaron el abrazo,
los cigarrillos que fumé a escondidas con Mabel
mientras leímos las fotonovelas
y soñábamos con amores
que nos queden grandes.
Atrás quedan las vergüenzas
que los adultos nos colgaban del cuerpo,
el esconderse para ser sangre y florecer,
como si la sangre y las flores
fueron un pecado.
Atrás quedan los ojos de gato
de ese casi novio que nunca me besó.
Cierro una puerta
y algo se rompe en mis manos
algo se rompe en mi vestido rosa
(el de cuello baby que me cosió mamá),
algo se rompe en mi garganta.
Mis primeros hervores
son un bosque sin retorno.
Las lágrimas no alcanzan
para lavar el deseo.
El caracol de azúcar tirita
en su soledad adivinada.
Cierro una puerta
y el beso que Jorge
jamás me dio
me roza los labios con ternura
cuando digo adiós.
Arte: " Adiós" , Victoria Karran
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