martes, 31 de octubre de 2023

UNA DEL MONTÓN


 UNA DEL MONTÓN

 

No hay nada en mí que me haga

digna de distinción.

No tengo una belleza despampanante,

ni una inteligencia que supere la media.

No sé leer las cartas del Tarot,

ni hablo con los muertos,

ni levito,

ni me cuelgo cabeza abajo

como un murciélago en pausa

para soñar los sueños de la no conciencia.

Tengo una sola vida,

cuadrada y chiquita,

un terrón de azúcar con un dejo amargo

de veneno o de lágrimas.

Tengo una sola muerte,

la que me espera no sé cuándo,

no sé dónde.

La que salgo a buscar a medias

cuando me pinto el corazón de negro.

Porque la quiero. Pero no.



Sin embargo,

me esfuerzo cada día

para no ser una del montón.

Para no ser una vida y una muerte

tan iguales a todas.

Un mugido cuando el mundo me dio a luz

y una tumba que tendrá flores frescas

los primeros tiempos

y luego mutará en un eslabón más

de esa larga cadena de olvido

que son los cementerios.

Me esfuerzo en ser algo más

que una nadería que se zarandea sin gracia

en la platina del microscopio universal.



Pero es inútil:

no tengo una belleza despampanante,

ni una inteligencia que supere la media.

Ningún poder sobrenatural.

Me corto

y no sangro poemas.

 


Arte: Nora Shepley

domingo, 29 de octubre de 2023

CENA FRÍA


CENA FRÍA


 

 

Recuerdo aquella noche,

 

cuando cenábamos en ese restaurante español

 

que me gustaba tanto.

 

En una mesa cercana

 

había una pareja que comía

 

sin dirigirse la palabra.

 

Sin mirarse, siquiera.

 

Sus ojos iban de los platos

 

a las copas sin brindis,

 

mientras los tenedores levitaban

 

como pequeños fantasmas de plata.

 

Nos pareció insólito

 

que el amor pudiera decantar en eso,

 

en esa adusta celebración de la nada.

 

Nos prometimos que nunca nos iba a pasar.

 

Que nuestras cenas iban a ser siempre

 

un lugar donde encontrarnos.

 

Supusimos que ellos

 

nunca se habían amado tanto como nosotros

 

(cada enamorado cree que inaugura el amor,

 

que lo inventa,

 

que ama como nadie lo hizo antes,

 

que los otros jamás conocieron

 

tanto fervor, tanta hondura).

 

 

 

Esta noche, como tantas,

 

nuestra cena fue

 

una pequeña oda al silencio.

 

Veinte minutos donde los tenedores

 

levitaron en medio de la niebla espesa

 

que separa tu nombre del mío.

 

No hubo copas. No hubo brindis.

 

Sólo palabras no dichas

 

estrellándose contra los platos

 

como pequeñas golondrinas suicidas

 

cada vez que abríamos nuestras bocas

 

ante la fantasmal insistencia de los cubiertos.

 

Palabras que podrían ser de reproche,

 

de perdón, de amor, de hastío.

 

 

 

Nos queríamos mucho, sí.

 

Nos queríamos tanto.

 

Cada vez que me besabas

 

en mi boca reventaba el sol,

 

como si fuera un enorme globo amarillo

 

atravesado por el aguijón del verano.

 

Pero el amor decantó en una cena fría.

 

Una cena para dos, que es para uno,

 

que es para nadie.

 

 

 

Por lo menos es una cena puertas adentro,

 

pienso.

 

Por lo menos no hay dos enamorados cerca

 

brindando y mirándonos de reojo,

 

prometiéndose una de las tantas cosas

 

que nunca, jamás,

 

van a poder cumplir.


 


Arte: Monique Sarkessian 
 

 


viernes, 27 de octubre de 2023

TE HA VISTO DIOS


TE HA VISTO DIOS

 

En uno de los libros de lectura

de mis primeros años de escuela

había un texto cuyo protagonista

le robaba con éxito unos cuantos duraznos al vecino.

Pero cuando los estaba saboreando

y pensando con alivio que nadie había sido testigo

de semejante fechoría,

una voz omnisciente,

mucho menos simpática que la de Pepito Grillo,

le susurraba con grandilocuencia en uno de sus oídos:

“Te ha visto Dios”.

 

Ok, está mal robar,

aún los duraznos del árbol del vecino,

pero el impacto que ese texto tuvo en mi vida

fue devastador.

Cada vez que hacía algo que no debía

(mentir, usarle las cosas a mi hermana sin su permiso

o hacerle fuck you a mi mamá

cuando zanjaba una discusión dándome la espalda

y mascullando su antidemocrático “porque lo digo yo”)

pensaba inmediatamente: “Me ha visto Dios”.

Y me sentía tan mal como si me hubiese zampado al hilo

media docena de duraznos ajenos.

Medio verdes, encima.

 

La primera vez que me desnudé frente a un hombre pensé:

“Me está viendo Dios, maldito voyeur”.

A esta altura

tenía las hormonas recalentadas

y estaba harta de sentirme culpable

por unos duraznos que yo no había robado.

Pero todavía me suponía extrañamente observada,

en una especie de paranoia mística

que ni siquiera podía achacarle al catecismo.

Porque la voz persecutoria,

la omnisciente voz persecutoria,

estaba en el libro de 2°.

¿Quién puede ser tan perverso

como para incluir semejante disparate

en un libro de lectura de 2°?

 

Con los años

me convencí de que Dios había dejado de mirarme

porque mi vida era demasiado aburrida.

Tener sus pupilas sobre mí día y noche

era una total pérdida de tiempo.

 

Con más años me di cuenta de que sí,

de que Dios sí me estaba mirando.

Me mira ahora

en los ojos insistentes del perro que,

echado a mis pies,

espera con paciencia mientras cocino,

a ver si le toca algo.

 

El asunto de los duraznos ya está zanjado.



Ilustración: Libro de lectura para 2° "Despertar" de Beatriz Mosquera, Editorial Kapelusz (1969)

martes, 24 de octubre de 2023

ESCALOFRÍOS


  ESCALOFRÍOS

 

La escucho deambulando,

toda la noche.

Abriendo y cerrando cajones.

Desparramando papeles.

Dando pequeños golpes en las paredes

como si quisiera asegurarse de que es,

de que existe.

Sin que ella supiera cómo, dónde, por qué,

la línea de la vida se hizo pájaro

y se voló de su mano.

Ahora sus dedos son los barrotes

de una jaula vacía,

y ella, una gitana blanca,

una gitana ciega

mirándose con desconsuelo

el destino amputado.

Aullando.

 

Cuando aúlla

siento escalofríos.

No estoy preparada

para cederle mis noches a un fantasma.

No tengo el valor que se requiere

para ver levitar sus pies de jazmines rotos

a quince centímetros del suelo.

No me atrevo a mirarla a los ojos,

a seguir una trayectoria de terror

pupilas adentro

para adivinar qué herida, qué venganza,

qué profecía de amor no cumplida

la mantienen atrapada

en un mundo al que ya no pertenece.

 

Cuando aúlla

siento escalofríos.

Me tapo la cabeza con la almohada

y lloro bajito.

Lloro hasta que me quedo entredormida

y un mugido de estrella me empuja

contra la cama.

Le temo y ella lo sabe.

Le temo y yo sé

que eso le provoca una tristeza infinita.

 

 La escucho deambulando,

toda la noche.

Aullando. Aullando. Aullando.

 

Soy yo

en cada rincón de la casa.


 

Arte: Barbara Agreste 

domingo, 22 de octubre de 2023

ARREGLANDO EL JARDÍN


 ARREGLANDO EL JARDÍN

 

Ayer me dediqué a arreglar el jardín.

Tengo las manos ásperas

y alguna uña rota.

No me gusta usar guantes.

Me gusta la tierra: su olor, su textura.

Me gusta escarbar a puro tacto

en ese mundo furtivo

habitado por los seres que huyen de la luz.

Con cuidado,

para que ninguno salga herido.

Para que ninguna vida se pierda.

Vi la película de Brad Pitt en el Tibet

y supongo que cualquier lombriz

puede ser un alma

que decidió bajarse del caos humano

y eligió reencarnar en un edén oscuro,

sin sobresaltos.

Creo en todo y no creo en nada.

 

Él también se dedicó a arreglar el jardín.

Pero no lo arreglamos juntos

Cada uno lo hizo por su cuenta.

Como hacemos todo hoy.

Somos como esos niños muy pequeños

que juegan uno al lado de otro

pero no juegan juntos.

Cada uno está en su mundo,

en su flor,

en su cuadradito de pasto.

No nos dirigimos la palabra, casi.

Pero cuando cedió a la odiosa manía

de podar mis enredaderas

(mi preciosa mburucuyá roja,

que se desmadró y suelta su magia andariega

en los lugares más inesperados)

estuve tentada de decirle

que trabajábamos en un jardín

y no en una planilla de cálculo.

Me callé, sin embargo.

Me cuesta mucho hablar,  hablarle.

Me cuesta el ejercicio de hacer vibrar

mis cuerdas vocales,

mover la lengua y los labios,

construir un puente de aire

que se desvanece

antes de que un gesto de amor

pueda cruzarlo.

 

Siento que a mi lado

está jugando un extraño.

Y que en cualquier momento

una voz dulce canturreará

“A guardar, a guardar”,

y yo recogeré mis flores,

mis lombrices,

mis dolores no dichos,

lo poco que queda de mi risa,

y me iré seguir jugando sola,

a un lugar donde las enredaderas

escriban su alegría

sin respetar ni márgenes ni renglones.

A un lugar que juzgue

verdaderamente mío.


 

Arte: "Gardening", María Quezada