No hay nada en mí que
me haga
digna de distinción.
No tengo una belleza
despampanante,
ni una inteligencia
que supere la media.
No sé leer las cartas
del Tarot,
ni hablo con los
muertos,
ni levito,
ni me cuelgo cabeza
abajo
como un murciélago en
pausa
para soñar los sueños
de la no conciencia.
Tengo una sola vida,
cuadrada y chiquita,
un terrón de azúcar
con un dejo amargo
de veneno o de
lágrimas.
Tengo una sola
muerte,
la que me espera no
sé cuándo,
no sé dónde.
La que salgo a buscar
a medias
cuando me pinto el
corazón de negro.
Porque la quiero.
Pero no.
Sin embargo,
me esfuerzo cada día
para no ser una
del montón.
Para no ser una vida
y una muerte
tan iguales a todas.
Un mugido cuando el
mundo me dio a luz
y una tumba que
tendrá flores frescas
los primeros tiempos
y luego mutará en un
eslabón más
de esa larga cadena
de olvido
que son los
cementerios.
Me esfuerzo en ser
algo más
que una nadería que
se zarandea sin gracia
en la platina del
microscopio universal.
Pero es inútil:
no tengo una belleza
despampanante,
ni una inteligencia
que supere la media.
Ningún poder
sobrenatural.
Me corto
y no sangro poemas.
Arte: Nora Shepley