MAMITA QUERIDA
Joan abre la puerta del cuarto de Christina.
Está borracha, está furiosa.
Veneno para la taquilla dijeron los críticos.
Alguien tiene que pagar por eso.
Mi mamá no me ama sueña Christina.
El primer golpe cae sobre su cabeza
como el ladrido de un perro funerario.
Joan grita y grita,
su ombligo divide las aguas del hambre,
la noche se ensañó con sus sábanas
y el whisky fue el único hombre en su garganta.
El primoroso camisón de Christina
se empapa con orina y miedo.
Sus piernas flacas se crispan
como ranas en una sartén.
Joan grita y grita,
perchas de metal no,
veneno para la taquilla,
alguien tiene que pagar por eso.
Joan arrastra a Christina hasta al baño,
la obliga a desnudarse y temblar
debajo del vómito helado de la ducha.
Ninguno de sus amantes estuvo disponible esa noche.
Veneno para la taquilla.
Alguien tiene que pagar por eso.
Alguien tiene que pagar por su belleza en fuga.
Christina cae como un conejo sin timón
en la madriguera del llanto
y se acurruca
en un país de párpados hinchados.
Joan se hace fuerte
en su reino de platos rotos.
Los sirvientes esconden las botellas de whisky
sin quitarse las vendas de los ojos:
acá no pasó nada.
Mañana es Navidad.
y los paparazzi llegarán temprano
para fotografiar a los hijos de la Crawford
abriendo sus regalos.
Mi mamá no me ama
pensará Christina
frente al estúpido desafío
de un paquete dorado.
Joan sonreirá,
por supuesto.
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)
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