A QUIÉN LE IMPORTA
A quién le importa que estés triste.
A quién le importan tu álbum de figuritas con brillantina
al que siempre le faltó la más difícil,
tu bombachita rosa de nylon y la vergüenza de que se te viera,
tu insistente llantito de huérfana.
A quién le importan los sacudones de tu hermana a las tres de la mañana
para decirte “ves, tenemos piojos”
y ese bichito diminuto presentado como prueba irrefutable
sobre las tapas amarillas de un libro de la colección Robin Hood
(“Mujercitas”, casi seguro;
las hermanas March no tenían piojos pero ustedes sí,
y nadie se enteraba porque papá se había muerto
y mamá se había quedado en blanco;
loca, decía el abuelo que era malo,
loca, pensabas vos a veces,
pero después pensabas que no,
un poco muerta, también,
un poco muerta, nada más).
A quién le importan tus novios de la adolescencia,
lo absurdo que era apretar las rodillas
cuando querías abrir las piernas,
lo estúpida que era la regla
un cumpleaños de quince sí, un cumpleaños de quince no,
lo injusto que era que la fiesta siempre fuera de otra.
Y vos repitiendo vestido,
suerte que eras linda,
suerte que tenías ojos enormes y esa sonrisa.
A quién le importan tus fieles difuntos,
tus amantes, tus píldoras,
la última mirada de tu perra y las flores que señalan
ese lugar del jardín que te apena mirar.
A quién le importan el cigarrillo de marihuana que guardás para cuando de,
aunque nunca da o da siempre,
que es casi lo mismo,
y esa desazón que te invade después de hacer el amor
ahora que sabés indistinto
que sea o no sea el día catorce.
A quién le importa que estés triste, nena.
A veces me da un poco de asco que uses la palabra intemperie.
Vos,
que nunca fuiste en junio
un cadáver errante
amortajado con cartones.
Arte: Alice Tretyakova
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