POEMA DE NO HALLOWEEN
A mis hermanos
“Morir de verdad,
estar realmente muerto,
debe ser sublime”,
dice el monstruo desde la pantalla
de un viejo televisor en blanco y negro.
La nena no sabe
qué significa la palabra “sublime”.
Ella piensa que estar muerto
debe ser como estar solo,
pero con los ojos cerrados.
Teme que el monstruo
se acerque,
mientras duerme,
para enseñarle cómo es estar muerto,
cómo es estar realmente muerto.
Ella duerme con un cuchillo
debajo de su almohada.
Va a partir al monstruo en dos,
si aparece
(la nena no confía en los crucifijos;
estuvo toda una noche pidiéndole a ese hombrecito flaco
que cuelga de una cruz
que su papá no se muriera, y nada;
el hombrecito miró para otro lado,
hizo como que no la escuchaba,
se entretuvo en hacer milagros baratos:
que llueva, que no llueva,
que gane Boca,
que falte la maestra).
Esa noche –la nena recuerda,
siempre recuerda-
que su hermanito se hizo pis en la cama
y su papá supo
-porque, seguro, tampoco lo sabía-
qué significaba la palabra “sublime”.
Cuando la nena empieza a sangrar,
el monstruo no parece tan malo.
Ella piensa, al conocer la trama
de la palabra ignorada
que, por ahí,
él tenía razón.
Después, pasan los años.
La nena crece (no crece)
y sigue sangrando
(un poco porque quiere la naturaleza,
otro poco porque quiere el mundo).
La hermanita le pregunta llorando
cuándo le va a tocar ser feliz.
El hermanito fuma demasiado
y siempre tiene los ojos rojos.
El monstruo la mira
con sus pupilas inequívocas
cuando ella come en silencio
y repite para sí,
como una letanía,
la palabra “sublime”.
Y no es Halloween.
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