Son las 4 AM y no puedo dormir.
Ninguna novedad.
Siempre estoy despierta a esta hora.
Sentada en la cocina, fumando
tratando de encontrar la punta
del ovillo del sueño,
envidio al perro inmóvil
cuyo pecho apenas se levanta
en un juego de respiración lenta y suave.
El silencio sería perfecto
si el tic tac del reloj
no insistiera en repetirse.
Me pregunto hacia dónde me llevan las aguas
de este río revuelto que no es ganancia para nadie.
Me pregunto qué sentido tiene
estar enojada con el mundo
si el mundo sigue girando ajeno a mis berrinches.
El tiempo no para
(me lo recuerdan el insistente tic tac
y las pequeñas arrugas
que una araña invisible
tejió con prolijidad alrededor de mis ojos).
Los días vividos se amontonan
como hojarasca
en las puertas de este cuerpo
expatriado de la primavera.
Hoy, de madrugada todo parece más claro.
Más preciso, más contundente.
La soledad se hincha
como el estómago de un rico
que devoró su ración y la de alguien más.
Alguien más que se murió de hambre
con los ojos saltones y las manos
extendidas hacia lo imposible.
Me pregunto si escribir tiene sentido
en este mundo donde las palabras se repiten tanto
que acaban por vaciarse de significado.
Me pregunto cuánto hace que noté
el acecho del tic tac,
cuánto hace que las arañas tejen sus sentencias,
cuánto hace que me como la ración de otro
que se muere
sin que yo deje de dar vueltas sobre mi ombligo.
Me pregunto cuándo empecé a envejecer.
Cuánto hace
que nadie me besa en la boca.
Arte: "Insomnia", Liubou Sas
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