La
desnudez de mi madre me conmueve.
Es una
premonición,
un espejo
de futuro
donde mi
cuerpo abraza
su cuota
de crepúsculo.
El
cuerpo.
Ese
camino ancho donde la vida corre
y va
dejando huellas,
escamas
pálidas donde hubo peces rojos,
sudarios
de hollín donde hubo hogueras,
pliegues,
blanduras, grietas,
La
desnudez de mi madre me emociona.
Con el
mismo esmero con el que bañaba a mi hijo
la unjo
con jabón y ternura.
Me miro
en ese cuerpo,
me leo en
esa historia,
en esa
vasta soledad de campo abierto.
Su
desnudez es el invierno
pero es,
también, una manta,
una taza
de café caliente,
un lugar
junto al fuego.
Nos
enseñaron a amar la belleza de los 20 años,
rotunda,
empedernida.
Nos
enseñaron que esa belleza era la única
(y nos
pasamos la vida corriendo
detrás de
un conejo esquivo,
una presa
de luz que se deshizo
entre los
dientes de junio,
eso que
fuimos y perdura en las fotografías,
en la
memoria de una noche perfecta).
Sin
embargo, hay otra belleza.
Brutal. Inevitable.
Cruda
como una
pintura de Lucian Freud:
la
insólita hermosura que trasunta
la
desnudez de mi madre
mientras
enjabono su espalda con suavidad
y el agua
cae sobre sus hombros
como el
cielo cae
sobre el canto
de los pájaros.
Del poemario “El corazón de mi madre”, Apócrifa Editorial (2022)
Hermoso poema! Me miro (veo) también en ese cuerpo!!!Humana y Sagrada en el Amor/ sombra y el Amor /luz habitando-la-me-nos al enveje-Ser ...Nunca mejor expresado!!!
ResponderBorrarMuchas gracias, Susana! Abrazo y buena semana!
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