domingo, 14 de agosto de 2022

GRACIELA



GRACIELA
 
Las italianas del barrio me llamaban Graciela , Gracielita.
Ese nombre era
un cofre con llave de añoranza.
En ese nombre había
sandías, aceitunas, vino,
frascos de mermelada de tomate,
flores de zapallo.
La zozobra de un barco
que nunca fue regreso.
 
Las vecinas italianas repetían   Graciela, Gracielita,
y se comían sus propios corazones
adobados con orégano y tomillo,
y sus pechos abiertos zumbaban
como abejas ungidas de verano.
Y yo era la campesina de pies ligeros
la novia del muchacho de pueblo,
la amante del gondolieri de ojos líquidos,
la nieta del pescador.
 
Las italianas del barrio ya no están
pero de vez en cuando alguien me llama Graciela.
Entonces recuerdo las caderas rotundas,
las lenguas atolondradas,
las bolsas del mercado.
Y mi nombre es un rayo de luna,
un látigo de luz,
que sus fantasmas trepan
hasta alcanzar el cielo,
hasta tocarlo.

 
 

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