Muevo los labios
para
decir el silencio
y
los muertos caen de mi boca
como
uvas de un racimo negro.
Esos
muertos son míos
-son
la suma de los adioses
que
me aguaron la fiesta,
la
suma de las palabras
que
elegí cuidadosamente
como
se elige la ropa
para
vestir a un recién nacido-.
Esos
muertos son mis silencios
y
son mi voz.
Callan.
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