“Los corazoncitos que pintaste en todo
permanecen, como rastro de tu pánico.”
Ted Hughes
Abro el diario y veo tu foto:
una chica muerta,
otra chica muerta.
Veo tu foto y tiemblo,
tu foto me apedrea,
voy al supermercado de la otra cuadra
con un hilito de sangre en la sien.
Una mujer de ojos saltones
se escandaliza por el piercing
que tenías en la boca,
mal andan y mal acaban, sentencia,
nunca tuvo dieciséis, pienso yo.
Pero me callo,
me siento mal,
sangro,
sigo sangrando.
Enciendo el televisor y veo tu foto:
una chica muerta,
otra chica muerta.
Te imagino dibujando corazoncitos
en los márgenes claros de tus mañanas,
dieciséis años,
yo también tuve dieciséis años
y me apuré a abrir las puertas del cuerpo
para salir a jugar con el amor,
la señora del supermercado también tuvo dieciséis,
no se acuerda,
seguro que no se acuerda.
Cierro los ojos y veo tu foto:
una chica muerta,
otra chica muerta.
Me pregunto cuándo nos empezó a pasar esto,
este lidiar con chicas muertas todos los días,
chicas muertas enormes como toros hechos de lágrimas,
y nosotros con estas capas apolilladas.
Me pregunto cuándo el cielo dejó de ser el cielo
y se convirtió
en un mendrugo de azul que no redime a nadie,
en una amenaza de azulejos sucios,
en un nudo feroz de mujeres que sangran:
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