LA CHICA IT
Había una vez una niñita sucia y escuálida
con la que nadie quería jugar.
Una niñita convertida en una calle de huesos y hollín
que el dolor recorría una y otra vez,
pisando fuerte.
Una niñita hambrienta,
golpeada, violada,
haciendo equilibrio en la cuerda del miedo.
Podría haber caído al vacío
pero cayó en Hollywood
y por unos años se creyó, como tantas,
el cuento de Cenicienta.
Había una vez una piba de barrio
de acento tosco y mohines celestiales
que se convirtió en estrella
y recibía 45.000 cartas de amor por día,
45.000 jadeos, 45.000 promesas de eternidad.
Con su corte de pelo bob,
sus vestidos cortos,
su boquita pintada en forma de corazón,
se instaló en el imaginario popular como la chica it
y se prohibió el té caliente y las aspirinas
para no curarse jamás
de la gripe feliz del éxito.
Había una vez una pelirroja con una Packard rojo,
un gran danés rojo,
un koala rojo,
que se paseaba por Sunset Boulevard,
pisando fuerte
y amaba a los hombres que querían jugar con ella
y no se reían de sus piernas flacas,
su madre esquizofrénica,
su padre ausente sin aviso.
Había una vez una mujer llamada Clara
que pagó caros su libertad y su acento de Brooklyn.
La acusaron de tener sexo en público,
de participar en algún ménage à trois picante
con putas mexicanas,
de retozar con un equipo completo de fútbol,
con su gran danés,
con su koala.
De recordarle a la crème de la crème de la industria
que ellos también venían del barrio,
del barro.
Clara Bow,
la chica it,
fue una de esas mujeres
que algunos creen fáciles de etiquetar:
que algunos creen fáciles de etiquetar:
bruja o loca.
Hoguera o electroshock,
usted no elige.
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)
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