EL AUTO DE JAMES DEAN
No se puede confiar en un animal así.
Un animal arisco
que vomita hierros rojos
en los bordes de la tarde.
Un animal así no va a detenerse:
huele viento y redobla
su apuesta de campanas infecciosas,
huele asfalto
y te rompe el cuello
crac
como a una ramita seca.
No se puede confiar en un animal así.
Un animal daltónico
que confunde huesos con panes
y te mastica y remastica,
chicle rosado y barato,
y te escupe
cuando se te gasta la primavera en las venas.
Dios se lava las manos con un jaboncito de hotel,
aprieta los botones de un joystick,
hace cualquier cosa estúpida mientras el animal corre,
rebuzna sangre,
te lo dije,
no se puede confiar en un animal así.
En algún lugar una mujer
carga en sus bolsillos
un puñado de aspirinas rancias.
Sus zapatillas blancas son gatos
que ronronean satisfechos.
Junta orina con una cucharita
y ni siquiera mira tu hermosa cara
porque sabe
que todos los cadáveres son iguales.
Quizás esta noche vaya el cine
y la película ablande
su duro caparazón de jeringas.
Y llore un poco,
un poco, nada más,
como para saber que está viva.
No se puede confiar en un animal así.
Un animal así va a morderte.
Siempre.
Estoy hablando de la muerte,
por supuesto.
Arte: "James Dean", Laurence Clerembaux
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)
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