DE LO
QUE HABLO
Es
cierto: hablo mucho de la muerte.
Quizás
porque la muerte
resignificó
el cielo
de la
rayuela de la infancia
y me
pasé la vida
queriendo
llegar con una piedrita
al
ruedo de mi padre.
Que
estaba ahí,
en ese lugar
improbable
que a
veces confundía con el mar
y me
salpicaba con su misterio
cada
vez que arrojaba mis ojos
a su
monólogo celeste
Me salpicaba con
su silencio.
Hablo mucho de la
muerte.
La
digo,
la
desdigo,
la
llevo colgada del cuello
como
un camafeo antiguo
que
me repele y me convoca.
Un
camafeo donde se van superponiendo fotos:
la de
papá,
la
del noviecito que me compraba fresias
el
día de la primavera,
la de
la dulce chica con la que compartía pupitre
a los
diez años,
la de
mi hermano.
Fotos
que son piezas
del
gran rompecabezas de la ausencia.
Fotos
que me dicen que la muerte es,
está,
camina
conmigo.
Es
cierto: hablo mucho de la muerte
y muy
poco de Dios.
Quizás
porque la muerte se erige en mí
como
una presencia real,
como la
respuesta
que
nunca quiero escuchar
pero
resuena en mis oídos cada tanto,
tan
fatal, tan palpable.
Y
Dios es, apenas,
un
interrogante.
Arte: JDouglas
No hay comentarios.:
Publicar un comentario