ESA MAÑANA EN UN ANDÉN DE RETIRO
A Jorge Rivelli
Esa mañana yo fumaba,
nerviosa,
y arrastraba mi bolsito
de acá para allá,
un perro azul en el
andén
ladrando en voz baja.
Tenía miedo de viajar
sola
(y arrastraba de acá
para allá mis ataques de pánico,
mis terrores gratuitos:
seguro
que pierdo el micro,
seguro
que me agarra la locura cuando no pueda abrir las ventanillas,
seguro
que me bajo en el lugar equivocado
o
sigo de largo y voy a parar quién sabe dónde).
Cuando te vi te, te
reconocí enseguida.
De pies a cabeza,
poeta.
De pies a cabeza, tus
versos.
Me acerqué y me
presenté con torpeza.
“Yo
también soy poeta”, te dije con un poco
de miedo,
acostumbrada a la
mirada condescendiente,
a que me dejaran cien
veces con el saludo en la boca.
Me abrazaste, me
convidaste un cigarrillo
(Particulares, los
mismos que fumaba papá),
te sentaste conmigo en
el micro
y me hablaste durante
tres horas de poesía,
de amigos y amores,
de borracheras, de
Dante,
de lo que yo no hice a
los 20
porque estaba ocupada
jugando a las muñecas.
La vida en tres horas,
el mundo en tres horas,
vos en tres horas.
Te quise enseguida.
Sí, los demonios
existen.
Los domingos también.
Pero para vos y para mí
(para el recuerdo)
nunca más va a ser
domingo.
Para vos y para mí
siempre va a ser esa mañana
en un andén de Retiro.
“Yo
también soy poeta, ¿sabés?
Vamos
al mismo lugar
(el
fracaso o la muerte).
Sentate
al lado mío.
Contame.”
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