martes, 31 de marzo de 2020

LAS ARRUGAS DE BRIGITTE BARDOT


LAS ARRUGAS DE BRIGITTE BARDOT

Brigitte no está muerta.
No es una estrella muerta.
No encaja en la sed de nadie.
No encaja
en el álbum de figuritas de la nostalgia.
Se autoexcluyó del club del deseo
por esa estúpida manía de cumplir años.
Es la abuelita de James Dean,
de Marilyn Monroe,
de Jean Harlow,
de Rodolfo Valentino.
Tiene el pelo blanco,
las piel manchada,
las tetas mustias.
Y esas arrugas.

Todos los que la soñaron desnuda
la maldicen
por no haberse muerto hace 50 años.
Ella se encoge de hombros
y declara
que ningún hombre es mejor que un gato.
Les saca la lengua
a la revista Vogue
y a los masturbadores solitarios.

A veces puede ser una señora muy desagradable,
como la vecina que te pincha la pelota
si cae en su jardín
o le dice a tu mamá que sos una maleducada
porque revoleaste los ojos y la bolsa
cuando se te metió adelante de prepo
en la cola de la panadería.
A veces puede ser una señora muy jodida, sí.
Brigitte es la abuelita del lobo,
la bruja mala de los cuentos,
la que cuece en su caldero
abortos y calabazas.
No quiere hijos ni carrozas.
Lo dijo una y mil veces: prefiere a los perros.

Todos los que la soñaron desnuda
la sueñan muerta a los 27,
socia vitalicia del club del deseo,
rubia, con la boca redonda,
las tetas flamantes,
tersa, suave, un jazmín blindado.
Jamás una arruga.
Ni en broma una muela cariada.
Ella les saca la lengua.

La Bardot se hizo vieja.
Siempre fue una desvergonzada.


Fotografía: Brigitte Bardot
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)


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