ROMY SCHNEIDER ESCRIBE UNA CARTA PARA SU HIJO MUERTO
París, 29 de mayo 1982.
Romy recuerda.
Recuerda la sentencia de su padre
antes de abandonarla:
“Tenés cara de rata, pero sos fotogénica”.
Recuerda los años de la guerra,
su infancia vulnerada posando junto a Hitler
de la mano de una madre saturnina
que la concibió como un bocado de lujo.
Recuerda sus años de emperatriz risueña
y un poquito cursi,
un trompo iridiscente girando
en una corte de cartón pintado.
Recuerda la cama de Delon y dos ramos de rosas:
puppelé, puppelé,
otro para decirle adiós.
Pero sobre todo recuerda a David
y su útero es una prenda fina mal lavada
Como cada noche
desde hace casi un año
Romy Scheineder escribe una carta para su hijo muerto.
La escribe con sangre, con alcohol,
con pastillitas de colores que remedan
un lejano tiempo de confites.
esa pintura descolgada a destiempo,
en todas las paredes de la casa.
De las virutas de frío que se cuelan entre sus huesos
a pesar de la obstinación de la primavera.
Romy mira las fotos de su hijo,
le camina la boca con sus lágrimas,
y la memoria la arranca de su silla Luis XV
como a una flor de alambre
y la arroja a un hervidero de chatarra,
de cosas oxidadas.
Como cada noche
desde hace casi un año
Romy Scheineder escribe una carta para su hijo muerto,
poupette, poupette.
Después cierra los ojos
con un cansancio hambriento que no tiene retorno
y se queda dormida.
Fotografía: Romy Schneider y su hijo David
De "Enaguas de encaje rotas", Editorial Ruinas Circulares (2019)
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