En mi casa hay un espejo
y en ese espejo
hay una mujer
que imita todos mis gestos.
Es una mujer algo vieja, creo.
Algo,
quizás no demasiado,
pero tiene la piel ajada,
la boca entre rota y feroz.
Y esas ojeras.
No me gusta mirarla.
Me parece perverso que repita
cada uno de mis gestos.
No me gusta enseñarle mi desnudez.
Cierro los ojos cuando estoy desnuda
frente a ese espejo.
Supongo que ella los cierra también.
No me gusta mirarla.
En mi casa
(casa casi casa Usher,
todos estamos locos,
o muertos,
o al borde del desmoronamiento,
o a punto de reconocernos
como la pesadilla de un Dios borracho)
hay un espejo que detesto.
Hay una mujer que detesto.
Una estúpida mujer que se empeña en imitarme.
Como si yo no fuera Alicia.
Como si yo no fuera Jo,
ni Lady Chatterley,
ni la dama del perrito.
Como si yo no tuviera veinte años.
No me gusta mirarla.
Me basta con la desazón
de tocarme el cuerpo
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