MI VIDA COMO POETA
Cuando empecé a escribir poemas
quería gustarle a todo el mundo
por eso los concebía blandos,
redonditos,
amorosos
(yo recostada en una pared de peces,
yo haciendo pie en las olas de tu cuerpo,
yo embarazada de la sal y la espuma).
A las vecinas del barrio les encantaban.
Dejé de ser “la chica del súper”
o “la chica del video”
y pasé a ser “la chica que escribe poemas”.
Esa fue mi primera medalla,
la que me colgué con más orgullo.
Después
empecé a mandar mis poemas a los concursos
y a los jurados les encantaban.
Me llené de medallas.
Cuando mi hijo me entierre
venderá dos o tres
y tirará el resto a la basura.
Cosa que no está nada mal
considerando que heredar ego y hojalata
puede ser bastante decepcionante.
Un día me di cuenta de que mis poemas
les encantaban a los otros
pero a mí
me parecían vacíos.
Y me alejé de tu cuerpo,
de las olas,
de las fórmulas redonditas,
para empezar con estos mamarrachos
y la ferocidad doméstica
de una canilla que gotea toda la noche.
Mis fans decretaron que había perdido el vuelo.
Yo creo que me volví vieja.
Supongo que para las vecinas del barrio
hoy soy "la chica que tiene un perro loco
y saca a la vereda botellas de champagne vacías
los sábados a la mañana."
Cosa que no está nada mal
considerando que el perro está loco de verdad,
el champagne me gusta más que la poesía
y sigo siendo "la chica"
aunque tenga mil años.
Arte: The writer, Anne Huyette-Patay
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