A Julio Cortázar
Vamos a desatarnos los pies.
Vamos a dejar que las veredas los muerdan,
que la tierra apiñe montoncitos de libertad
entre nuestros dedos pasmados.
Vamos a impugnar un destino de cordones prolijos,
camisas planchadas
y cafés urgidos porque los relojes
nos llueven en los ojos.
Ni dentífricos, ni toallas, ni vacunas, ni impuestos al día.
Vamos a emborracharnos hasta decirle que sí
a los monigotes obscenos que algún niño malo
(malo como vamos a ser nosotros
que todavía no sabemos ser malos)
dibujó en la espalda de la mujer más hermosa del mundo .
La Muerte tiene todavía los pantalones cortos.
Voy a sentarme a esperarte
en el banco de esa plaza que me debe la intemperie.
Vení,
mojado como los amantes que enmarañaron
las primeras sábanas del mundo,
con un pescadito rojo escurriéndose entre tus dientes
-un pescadito vivo-.
Vení,
que tengo el corazón troquelado y quiero que te lo lleves
para pegarlo en el álbum de figuritas de las costureritas que no saben coser
pero se dejaron la piel
en las bocas de todos los hombres a los que no les importan
ni los dobladillos ni los botones.
Vení,
que tengo un sexo de juguete dormido.
Dale cuerda hasta que suelte esa musiquita
que hipnotiza a los pájaros.
Remontalo
como a un barrilete de sudor y encaje.
Y que los gendarmes y las niñeras se ocupen de sus asuntos.
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