PRESENTACIÓN "CENTAURAS" DE ILEANA CHIRINOS
El control
sobre las mujeres, a través de mecanismos sociales e ideológicos determinó que
durante siglos la producción intelectual femenina estuviese encuadrada, salvo
contadas excepciones, en parámetros de clase y sexo establecidos
normativamente. En todos los tiempos, pasando por la Edad Media, el
Renacimiento, el siglo XVIII y el XIX, las obras femeninas han sido
consideradas de menor valor en los ámbitos artísticos, y se las ha relegado al
entretenimiento de mujeres de clase acomodada o como trabajo marginal respecto
al de los artistas varones. La mujer en el arte fue encasillada en el
papel de musa, inspiración del
hombre, considerado el verdadero artista; no se le
permitió mirar y se la obligó a ser mirada. Son
muchas las leyendas y mitos que abordan la peligrosidad de la mujer que mira, revierte
el paradigma dominante y se convierte en mujer fatal. Medusa, por
ejemplo, que podía petrificar con su mirada, y se aniquiló a sí misma al
recibirla reflejada en el escudo de Perseo, dejando en claro
que la mujer no debe mirar, sólo ser mirada.
En 1929, la
autora Virginia Woolf publicó
el ensayo “Una habitación propia”, en el que construye una suerte de historia de la escritura
femenina y habla del papel de la mujer como musa
inspiradora del artista pero con poca presencia como artífice de creación. Señala
que “las mujeres han ardido como
faros en las obras de todos los poetas desde el principio de los tiempos”, idealizadas, pero que estas mujeres de la
literatura poco tenían que ver con las mujeres reales, que apenas sabían leer y escribir y eran sojuzgadas y
consideradas propiedad de sus maridos. Omnipresente en la poesía
escrita por varones, la mujer fue sistemáticamente ignorada en la historia.
El gran salto de musa a artista fue dado por la mujer entre los siglos XIX y XX, aunque siempre limitado por
la desigual distribución de poder entre sexos aún presente en la sociedad. El
siglo XXI propone un nuevo desafío: la búsqueda de una vía de salida de las
limitaciones históricas a impuestas a lo femenino a través de la palabra, un
camino iniciado en la década de 1970, cuando
parte de la obra literaria escrita por mujeres comenzó a cuestionar los
valores tradicionales de la cultura occidental, forjando
un modelo de mujer que se despega de la identidad que le fue otorgada desde
tiempos inmemoriales por la perspectiva y la visión masculinas. Dentro de este
nuevo paradigma se ubica “Centauras”, el primer libro de Ileana Chirinos, que desde su poema
inicial, “Eva”, nos ofrece un
panorama claro de la intención de la autora: revisitar cada mito femenino, deconstruirlo
y reescribirlo, marcándolo con una impronta personal que difiere totalmente del
prisma tradicional y masculino. “Eva quiere devolver la costilla, / no le
interesa parir hijos, / ni trabajar hasta / el / sudor / de su frente”. No
necesita a Adán, se reconoce como persona completa, no depende de nadie. Herodías, madre de Salomé, artífice de la decapitación de Juan el Bautista, “no teme al
Dios unívoco, / ni a la desgracia”, pero es perseguida por la culpa, ese
cilicio disciplinador con el que las iglesias sojuzgaron a las mujeres durante
siglos. Helena, la magnífica troyana, “no
quiere ser la más bella”: sabe que la hermosura es una trampa, una excusa
para los violentos, un imán para los malvados. La fealdad sería para ella una
victoria. “Penélope no quiere tejer más,
/ escupe a los oráculos, / enmaraña con arpones / de ojos cíclopes /madejas, /
laberintos”, se reconoce también persona completa. Antígona “atesora fémures, costillas, metatarsos, / los recorta con
tijeras enormes / para que encastren / en la textura infantil de su hermanito”,
y nos ofrece una lección de dignidad y rebeldía ante los abusos del poder. Electra “es la Otra, / dócil mascota / de
rugidos tenues y piel lisa”. Pasifae,
la madre del Minotauro, es una “soberana con corona, / pero no de su
cuerpo”. Ariadna se rebela: “corta el
hilo de oro. / Que a Teseo lo devore el
Minotauro.” Aracne, la sublime tejedora, “sube con su madeja al hombro / y el sexo a la vista”. Medusa es
otra víctima del sistema patriarcal que exhibe se “cabeza-trofeo”, símbolo de la “belleza
culpable”, como un “talismán de orgías”. Hylonome, la mujer centauro, de “vientre madreselva” y “pechos y crines volátiles”, da cuenta
de la fuerza femenina y equilibra lo bestial y lo humano.
Pero Ileana no aborda en “Centauras” sólo los mitos femeninos más
conocidos: poetiza a todo el universo mujeril, poniendo en palabras rutinas
comunes a todas nosotras que tienen que ver con el amor, el desamor, el
prejuicio, la mirada del otro, los papeles que nos han sido adjudicados en un mundo
pensado por y para los hombres: “Los hombres nos señalan: / marcan, /
subrayan, / colocan al pie de página, / plagian encabezamientos, / nos titulan,
/ e inventan epígrafes y prólogos.” Se asoma, además, a las
experiencias que atraviesan a las menos afortunadas: la esclavitud, el
hambre, el exilio, la prostitución: “Saliva coloquial / impacta en el ambiente.
/ Cubículos de muebles rotos; / una cama se queja /abusada por ejércitos”.
“Centauras” es un
libro femenino y feminista que aporta lucidez y belleza al panorama poético
actual, sin caer en lugares comunes e innecesarios panfletos. Los poemas de
Ileana, viscerales, apasionados, marcan, una y otra vez, el renacimiento
femenino y conforman un logro no sólo para la autora sino también para todas
las mujeres que leemos y escribimos poesía.
Raquel G. Fernández