sábado, 30 de marzo de 2019

PRESENTACIÓN "CENTAURAS" DE ILEANA CHIRINOS


PRESENTACIÓN "CENTAURAS" DE ILEANA CHIRINOS

El control sobre las mujeres, a través de mecanismos sociales e ideológicos determinó que durante siglos la producción intelectual femenina estuviese encuadrada, salvo contadas excepciones, en parámetros de clase y sexo establecidos normativamente. En todos los tiempos, pasando por la Edad Media, el Renacimiento, el siglo XVIII y el XIX, las obras femeninas han sido consideradas de menor valor en los ámbitos artísticos, y se las ha relegado al entretenimiento de mujeres de clase acomodada o como trabajo marginal respecto al de los artistas varones. La mujer en el arte fue encasillada en el papel de musa, inspiración del hombre, considerado el verdadero artista; no se le permitió mirar y se la obligó a ser mirada. Son muchas las leyendas y mitos que abordan la peligrosidad de la mujer que mira, revierte el paradigma dominante y se convierte en mujer fatalMedusa, por ejemplo, que podía petrificar con su mirada, y se aniquiló a sí misma al recibirla reflejada en el escudo de Perseo, dejando en claro que la mujer no debe mirar, sólo ser mirada.
En 1929, la autora Virginia Woolf publicó el ensayo “Una habitación propia”, en el que construye una suerte de historia de la escritura femenina y habla del papel de la mujer como musa inspiradora del artista pero con poca presencia como artífice de creación. Señala que “las mujeres han ardido como faros en las obras de todos los poetas desde el principio de los tiempos”, idealizadas, pero que estas mujeres de la literatura poco tenían que ver con las mujeres reales,  que apenas sabían  leer y escribir y eran sojuzgadas y consideradas propiedad de sus maridos. Omnipresente en la poesía escrita por varones, la mujer fue sistemáticamente ignorada en la historia.
El gran salto de musa a artista fue dado por la mujer entre los siglos XIX y XX, aunque siempre limitado por la desigual distribución de poder entre sexos aún presente en la sociedad. El siglo XXI propone un nuevo desafío: la búsqueda de una vía de salida de las limitaciones históricas a impuestas a lo femenino a través de la palabra, un camino iniciado en la década de 1970, cuando parte de la obra literaria escrita por mujeres comenzó a cuestionar los valores  tradicionales de la cultura occidental,  forjando un modelo de mujer que se despega de la identidad que le fue otorgada desde tiempos inmemoriales por la perspectiva y la visión masculinas. Dentro de este nuevo paradigma se ubica “Centauras”, el primer libro de Ileana Chirinos, que desde su poema inicial, “Eva”, nos ofrece un panorama claro de la intención de la autora: revisitar cada mito femenino, deconstruirlo y reescribirlo, marcándolo con una impronta personal que difiere totalmente del prisma tradicional y masculino. Eva quiere devolver la costilla, / no le interesa parir hijos, / ni trabajar hasta / el / sudor / de su frente”. No necesita a Adán, se reconoce como persona completa, no depende de nadie. Herodías, madre de Salomé, artífice de la decapitación de Juan el Bautista, “no teme al Dios unívoco, / ni a la desgracia”, pero es perseguida por la culpa, ese cilicio disciplinador con el que las iglesias sojuzgaron a las mujeres durante siglos. Helena, la magnífica troyana, “no quiere ser la más bella”: sabe que la hermosura es una trampa, una excusa para los violentos, un imán para los malvados. La fealdad sería para ella una victoria. “Penélope no quiere tejer más, / escupe a los oráculos, / enmaraña con arpones / de ojos cíclopes /madejas, / laberintos”, se reconoce también persona completa. Antígona “atesora fémures, costillas, metatarsos, / los recorta con tijeras enormes / para que encastren / en la textura infantil de su hermanito”, y nos ofrece una lección de dignidad y rebeldía ante los abusos del poder. Electra “es la Otra, / dócil mascota / de rugidos tenues y piel lisa”. Pasifae, la madre del Minotauro, es una “soberana con corona, / pero no de su cuerpo”. Ariadna se rebela: “corta el hilo de oro.  / Que a Teseo lo devore el Minotauro.” Aracne, la sublime tejedora, “sube con su madeja al hombro / y el sexo a la vista”. Medusa es otra víctima del sistema patriarcal que exhibe se “cabeza-trofeo”, símbolo de la “belleza culpable”,  como un “talismán de orgías”. Hylonome, la mujer centauro, de vientre madreselva” y “pechos y crines volátiles”, da cuenta de la fuerza femenina y equilibra lo bestial y lo humano.
Pero Ileana no aborda en “Centauras” sólo los mitos femeninos más conocidos: poetiza a todo el universo mujeril, poniendo en palabras rutinas comunes a todas nosotras que tienen que ver con el amor, el desamor, el prejuicio, la mirada del otro, los papeles que nos han sido adjudicados en un mundo pensado por y para los hombres: “Los hombres nos señalan: / marcan, / subrayan, / colocan al pie de página, / plagian encabezamientos, / nos titulan, / e inventan epígrafes y prólogos.” Se asoma, además, a las experiencias que atraviesan a las menos afortunadas: la esclavitud, el hambre,  el exilio, la prostitución: “Saliva coloquial / impacta en el ambiente. / Cubículos de muebles rotos; / una cama se queja /abusada por ejércitos”.
“Centauras” es un libro femenino y feminista que aporta lucidez y belleza al panorama poético actual, sin caer en lugares comunes e innecesarios panfletos. Los poemas de Ileana, viscerales, apasionados, marcan, una y otra vez, el renacimiento femenino y conforman un logro no sólo para la autora sino también para todas las mujeres que leemos y escribimos poesía.

Raquel G. Fernández

miércoles, 27 de marzo de 2019

LAS ZAPATILLAS ROJAS


LAS ZAPATILLAS ROJAS

"Estoy en el centro
de una ciudad muerta
y me anudo las zapatillas rojas...
No son mías.
Son de mi madre.
Y de su madre.”
Anne Sexton, "Las zapatillas rojas"


 Ahora, vas a ser buenita.
Ahora te vas a poner estas zapatillas rojas
y vas a bailar al ritmo que te marquen los otros.
No,
las zapatillas que te hiciste vos no sirven:
no son lo suficientemente lindas
ni lo suficientemente elegantes.
Las costuras se ven  desprolijas
-nunca aprendiste ni a coser ni a bordar:
no  te encapriches en usar esas zapatillas hechas a mano;
no te encapriches en cantarle las cuarenta a mamá,
y a la abuela, y a la bis, y a la tátara,
y a todas las mujeres que te hicieron la sangre-.
  

Ahora vas a ser buenita.
Ahora vas a dejar a un lado tus poemas
y tus sueños de poner el mundo patas para arriba
y te vas a ocupar de sonreír
y de limpiar las telarañas del techo
-no importa que se acumulen telarañas en el alma:
las telarañas del alma no se ven;
si no se ven, no existen;
si no existen, no pueden joder a nadie;
ni siquiera a vos, chiquita-.
  

Hacé un esfuerzo por encajar
en este pueblo de calles desiertas
y señoras que querían ser cantantes de ópera
y se conformaron con plantar petunias
cuando llega la primavera.
Hacé un esfuerzo por sentar cabeza,
de una vez por todas.

Ahora, vas a ser buenita.
Ahora te vas a poner estas zapatillas rojas
y vas a bailar.
Y cuando llegues a la casa del verdugo
y te corte los pies,
te vas a acordar de todas ellas:
las ilustres tullidas de tu árbol genealógico.
Las que no querían bailar, pero bailaron.
Las que tampoco supieron cómo defender
sus zapatillas hechas a mano,
pobrecitas.



sábado, 23 de marzo de 2019

CARTA AL NIÑO BUENO



CARTA AL NIÑO BUENO

A Julio Cortázar



Vamos a desatarnos los pies.

Vamos a dejar que las veredas los muerdan,

que la tierra  apiñe montoncitos  de libertad

entre nuestros dedos pasmados.

Vamos a impugnar un destino de cordones prolijos,

camisas planchadas

y cafés urgidos porque los relojes

nos llueven en los ojos.

Ni dentífricos, ni toallas, ni vacunas,  ni impuestos al día.

Vamos a emborracharnos hasta decirle que sí

a los monigotes obscenos que algún niño malo

(malo como vamos a ser nosotros

que todavía no sabemos ser malos)

dibujó en la espalda de la mujer más hermosa del mundo .




La Muerte tiene todavía los pantalones cortos.

Voy a sentarme a esperarte

en el banco de esa plaza que me debe la intemperie.

Vení,

mojado como los amantes que enmarañaron

las primeras sábanas del mundo,

con un pescadito rojo escurriéndose entre tus dientes

-un pescadito vivo-.

Vení,

que tengo el corazón troquelado y quiero que te lo lleves

para pegarlo en el álbum de figuritas de las costureritas que no saben coser

pero se dejaron la piel

en las bocas de todos los hombres a los que no les importan

ni los dobladillos ni los botones.

Vení,

que tengo un sexo de juguete dormido.

Dale cuerda hasta que suelte esa musiquita

que hipnotiza a los pájaros.

Remontalo

como a un barrilete de sudor y encaje.




Y que los gendarmes y las niñeras se  ocupen de sus asuntos.





Arte: Kiss and Tell Anja Van Herle

domingo, 17 de marzo de 2019

MIRROR, MIRROR



MIRROR, MIRROR



En mi casa hay un espejo

y en ese espejo

hay una mujer

que imita todos mis gestos.

Es una mujer algo vieja, creo.

Algo,

quizás no demasiado,

pero tiene la piel ajada,

la boca entre rota y feroz.

Y esas ojeras.

No me gusta mirarla.

Me parece perverso que repita

cada uno de mis gestos.

No me gusta enseñarle mi desnudez.

Cierro los ojos cuando estoy desnuda

frente a ese espejo.

Supongo que ella los cierra también.



No me gusta mirarla.



En mi casa

(casa casi casa Usher,

todos estamos locos,

o muertos,

o al borde del desmoronamiento,

o a punto de reconocernos

como la pesadilla de un Dios borracho)

hay un espejo que detesto.

Hay una mujer que detesto.

Una estúpida mujer que se empeña en imitarme.

Como si yo no fuera Alicia.

Como si yo no fuera Jo,

ni Lady Chatterley,

ni la dama del perrito.

Como si yo no tuviera veinte años.



No me gusta mirarla.



Me basta con la desazón

de tocarme el cuerpo

y palpar otoño.




Arte: Woman with a mirror, Arnoldas Švenčionis


jueves, 14 de marzo de 2019

9no FESTIVAL DE POESÍA Y ARTE GRITO DE MUJER


POR QUÉ LAS MUJERES COMO YO NO PODEMOS TENER AMANTES


 POR QUÉ LAS MUJERES COMO YO NO PODEMOS TENER AMANTES


 Hay mujeres que pueden tener amantes:
son aquellas que  cuando terminan de sudar tres pisos en ascensor,
o cuatro pisos en escalera,
o dos horas en una cama anónima
tendida indolentemente por una chica de uniforme rosa
y ojos tristes,
doblan a esos amantes prolijamente
y los guardan en sus carteras
junto a los cosméticos, las llaves y el carnet de la obra social,
y no vuelven a sacarlos hasta el próximo encuentro.
Nada de confesiones desesperadas a las amigas,
llamados telefónicos culposos a las tres de la mañana
ni poemas de Girondo
(mi lu mi lubidulia mi golocidalove,
por favor, ¿qué idioma diabólico es ése?).


Hay mujeres (las mujeres como yo)
que no, que no podemos tener amantes.
También los doblamos prolijamente
y los guardamos en nuestras carteras
después de hacer el amor,
pero los sacamos a cada rato:
para empolvarnos la nariz,
para secarnos las lágrimas cada vez que vemos una película de amantes,
para saber qué hora es
o para revisarlos por si tienen algún mensaje
(qué divina vos con esa tanguita,
y yo que siempre fui la distante melancolía de una máscara veneciana
me siento la reina del papel picado
y juro que la próxima vez me aceito toda
como la garota de una Escola de Samba).


Las mujeres como yo no podemos tener amantes
porque nunca aprendimos a hacer diferencias
entre amante/amado/amador/amadísimo.
Tenemos siempre el corazón dos pasos adelante
y la cabeza veinticinco pasos atrás.
Y un ruido rojo de sangre y medias rotas
nos apuntala el insomnio cada noche.
Lloramos, sí, lloramos.
Escribimos poemas.
Tenemos pájaros para nombrar el horizonte,
pájaros para nombrar la ausencia,
pájaros para lavarnos el cuerpo
cuando volvemos a  nuestra isla de pan y manteca,
porque el agua y el jabón no alcanzan
para quitarnos el olor a amor que nos embebe la piel.
Nos preguntamos por qué tiene los ojos tan tristes
la chica de uniforme rosa.


Hay mujeres que pueden tener amantes:
son aquellas que no tienen un ángel invariable
velando  el reposo del pubis
y son enormes, insólitas, eternas como el fuego,
cuando el ángel levanta la cabeza y extiende las  alas.
Las mujeres como yo no podemos.
Nos tenemos que conformar con leer a Girondo
(mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio),
masajearnos el cerebro con un buen chocolate
y suspirar cada vez que Leonardo DiCaprio
sale en la pantalla.


Arte: Starry Night, Lelani Joy

domingo, 10 de marzo de 2019

MI VIDA COMO POETA



MI VIDA COMO POETA


Cuando empecé a escribir poemas

quería gustarle a todo el mundo

por eso los concebía blandos,

redonditos,

amorosos

(yo recostada en una pared de peces,

yo haciendo pie en las olas de tu cuerpo,

yo embarazada de la sal y la espuma).

A las vecinas del barrio les encantaban.

Dejé de ser “la chica del súper”

“la chica del video”

y pasé a ser “la chica que escribe poemas”.

Esa fue mi primera medalla,

la que me colgué con más orgullo.

Después 

empecé a mandar mis poemas a los concursos

y a los jurados les encantaban.

Me llené de medallas.

Cuando mi hijo me entierre

venderá dos o tres

y tirará el resto a la basura.

Cosa que no está nada mal

considerando que heredar ego y hojalata

puede ser bastante decepcionante.


Un día me di cuenta de que mis poemas

les encantaban a los otros

pero a mí

me parecían vacíos.

Y me alejé de tu cuerpo,

de las olas,

de las fórmulas redonditas,

para empezar con estos mamarrachos

y la ferocidad doméstica

de una canilla  que gotea toda la noche.

Mis fans decretaron que había perdido el vuelo.

Yo creo que me volví vieja.


Supongo que para las vecinas del barrio

hoy soy "la chica que tiene un perro loco

y saca a la vereda botellas de champagne vacías

los sábados a la mañana."

Cosa que no está nada mal

considerando que el perro está loco de verdad,

el champagne me gusta más que la poesía

y sigo siendo "la chica"

aunque tenga mil años.




Arte: The writer, Anne Huyette-Patay