UN TAL ARJONA
Nosotros,
los poetas,
los verdaderos poetas,
los bendecidos,
los talentosos,
los incandescentes,
los que nos juntamos con amigos poetas
para masturbarnos el ego con aplausos
y vomitamos en los canteros
para parecernos a Bukowski,
los que cocinamos revueltos Pizarnik
con espejos, cenizas y una pizca de secobarbital,
los que tenemos 60 y nos creemos loquitos de 20,
los que tenemos 20 y sobreactuamos el insomnio,
los que nos ofendemos si nos leen las amas de casa
(incluso las que toman vino toda la tarde
mientras sus maridos trabajan)
y las cajeras del supermercado chino
(porque esas pibas no entienden nada
y nosotros escribimos para que no nos entienda
la gente que entiende),
los que hacemos la revolución del teclado
y la marcha del culo en la silla,
los que publicamos nuestros poemas en Facebook
esperando que nos descubra el Brian Epstein de los
poetas
y vaya a El Ateneo a pedir nuestro último libro
que es furor en Mc Donalds
(aunque nos recorte un poco el pelo
y nos obligue a bañarnos una vez por semana),
los que huimos de la rima fácil
porque nunca aprendimos a escribir un soneto
(no lo necesitamos)
y seguimos mirándonos el ombligo
mientras las balas silban sobre las trincheras,
tenemos algo que decir
sobre un tal Arjona:
¿cómo puede ser que este tipo viva de lo que hace
y nosotros
(los bendecidos,
los talentosos,
los incandescentes)
estemos condenados a morirnos en una oficina,
vendiendo productos de limpieza sueltos
o paseando a los perros de los vecinos?
Foto: Ricardo Arjona
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