domingo, 30 de julio de 2017

OJOS HÚMEDOS EN UN BANCO DE PARQUE LEZAMA


OJOS HÚMEDOS EN UN BANCO DE PARQUE LEZAMA

A Martín y Alejandra


Él la encontró temblando

en el fondo de todos los pájaros.

Ella se agarró de sus pupilas líquidas.

Y la primavera fue una mordedura de Dios

quemándoles la carne.


Él le dijo que nada era más bello

que su melena roja.

Ella le dibujó una mariposa de ceniza

en la palma de la mano.

Y quizás todo fue una premonición,

un exordio del fuego.


Ella no quiso ser dragón,

no pudo ser princesa.

En una catedral de humo devoró

el pan ácimo de sus catástrofes:

la historia del afuera y del adentro

tortuosa

como un laberinto de cuchillas de afeitar.


El dejó los ojos húmedos

en un banco de Parque Lezama.





viernes, 28 de julio de 2017

LAS ARRUGAS DE BRIGITTE BARDOT


LAS ARRUGAS DE BRIGITTE BARDOT

Brigitte no está muerta.
No es una estrella muerta.
No encaja en la sed de nadie.
No encaja
en el álbum de figuritas de la nostalgia.
Se autoexcluyó del club del deseo
por esa estúpida manía de cumplir años.
Es la abuelita de James Dean,
de Marilyn Monroe,
de Jean Harlow,
de Rodolfo Valentino.
Tiene el pelo blanco,
las piel manchada,
las tetas mustias.
Y esas arrugas.

Todos los que la soñaron desnuda
la maldicen
por no haberse muerto hace 50 años.
Ella se encoge de hombros
y declara
que ningún hombre es mejor que un gato.
Les saca la lengua
a la revista Vogue
y a los masturbadores solitarios.

A veces puede ser una señora muy desagradable,
como la vecina que te pincha la pelota
si cae en su jardín
o le dice a tu mamá que sos una maleducada
porque revoleaste los ojos y la bolsa
cuando se te metió adelante de prepo
en la cola de la panadería.
A veces puede ser una señora muy jodida, sí.
Brigitte es la abuelita del lobo,
la bruja mala de los cuentos,
la que cuece en su caldero
abortos y calabazas.
No quiere hijos ni carrozas.
Lo dijo una y mil veces: prefiere a los perros.

Todos los que la soñaron desnuda
la sueñan muerta a los 27,
socia vitalicia del club del deseo,
rubia, con la boca redonda,
las tetas flamantes,
tersa, suave, un jazmín blindado.
Jamás una arruga.
Ni en broma una muela cariada.
Ella les saca la lengua.

La Bardot se hizo vieja.
Siempre fue una desvergonzada.


Fotografía: Brigitte Bardot, Eric Feferberg

martes, 25 de julio de 2017

LOS GUANTES DE RITA HAYWORTH


LOS GUANTES DE RITA HAYWORTH

Rita se saca un guante
y Margarita llora desnuda
en el rincón de un cuartucho mexicano.
Tiene doce años y su padre la obliga
a pintarse la cara y bailar,
a beber con su cuerpo niño
cócteles de baba y claveles.
Llora porque la tocan
-su padre la toca, los ojos de los hombres la tocan-
ahí, donde no quiere, donde le duele.
Se desangra en el escenario y ¡olé!
Que siga el taconeo.

Rita se saca un guante
y Margarita mutila su nombre de flor,
se tiñe el pelo de rojo,
se casa por amor y se descasa por lágrimas,
se casa por amor y se descasa por golpes.
La siguen tocando donde no quiere, donde le duele.
La siguen tratando como una nena de doce años
que baila para no caerse muerta.
Como a una puta que se saca un guante.
No hacen falta cinco hombres para hacer infeliz a una mujer:
con uno solo basta,
con papá basta.

Gilda se saca un guante
y ya todos saben que al poderoso Johnny Farrel le engañaron
y que su esposa es una...
Rita dice esa no soy yo,
yo estoy llorando desnuda en un rincón,
mastico claveles, sangro, taconeo,
me pinto la cara, me llamo Margarita.

Margarita se saca un guante
y todas las luces se apagan.
La marea del silencio sube en su cabeza roja.
Algo tendrá que ver la luna con esto,
la luna como una inmensa goma de borrar estrellas,
de borrar soldados excitados, bombas que explotan con su nombre,
melenas de fuego,
y claveles, y vestidos, y lágrimas,
y doce años que le duelen ahí,
ahí donde debería estallar el amor.

La memoria se saca un guante
y…


Arte: “Rita Hayworth – Gilda”, Kurt Ringler


domingo, 23 de julio de 2017

MADRE NUESTRA


 MADRE NUESTRA

Madre Nuestra que no estás en los espejos
cuando te buscamos y sólo encontramos papadas,
ojitos de tamaño natural,
narices comunes y corrientes,
chicas grandes que se masturban
pensando en Big Macs
y helados de chocolate,
santificados sean Tu nombre,
Tu cinturita imposible,
Tus tetas milagrosas que desafían
la ley de la gravedad,
Tus piernas eternas.
Santificado sea Tu noble corazón de plástico
que alberga con alegría
una amiga latina,
una amiga lisiada,
una amiga lesbiana.
Venga a nosotros Tu Reino.
Vengan a nosotros Tu motorhome rosado,
Tus trajecitos Donna Karan,
Tus carteritas Moschino,
Tus bombachitas Victoria's Secret
en las que nuestros culos gordos
no entrarán jamás.
No somos  dignas de Tus bombachas,
Madre querida.
No somos dignas de Tu novio que no suda y no se despeina
para que no sudes y no te despeines.
¿A quién le importa el sexo
cuando existen los espejos,
(mirá que tetas fabulosas tengo),
y una amiga latina que hace la limpieza?
Hágase tu voluntad, Madre,
y que tu voluntad sea
que nos convirtamos en hojitas de afeitar,
en moneditas casi sin valor que quepan en cualquier ranura,
en papelitos transparentes que se lleve el viento.
Y, especialmente, que nos crezcan las tetas
porque los cirujanos cobran una fortuna
y apenas nos alcanza para el yogur diet
y la tintura Issue rubio claro claro claro claro clarísimo.
Danos hoy nuestro pan de cada día
para que lo traguemos con asco,
con culpa,
y lo vomitemos con júbilo
en Tu bendito inodoro rosado.
Perdona nuestras ofensas:
nuestras  arrugas y flacideces,
nuestros párpados caídos,
nuestros pomposos muslos,
nuestro jean talle 44,
nuestra bicicleta fija convertida en perchero.
Nosotras perdonaremos a quienes nos ofenden
cuando salgamos de pilates.
Líbranos del mal, Madre Nuestra.
Y, sobre todo, no nos dejes caer en la tentación
de ser mujeres reales.


Arte: "Saint Barbie", Mark Ryden

viernes, 21 de julio de 2017

LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD



LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD


Las rubias pierden la cabeza fácil.

Las rubias de pechos grandes pierden la cabeza fácil.

Sirven hamburguesas grasientas,

huevos revueltos,

café aguado,

y los ojos de los hombre se caen dentro de sus escotes

como ciruelas maduras

(por eso las rubias tienen pezones de mermelada

y cierto desprecio por los hombres y las ciruelas).



Un buen día

alguien les dice que hay un papelito:

acostarse con un productor de bigote ridículo,

mover el culo veinte segundos

en una película de los Hermanos Marx,

sonreír como si los elegantes zapatos prestados

no les quedaran chicos.

Entonces las rubias se desentienden del café aguado,

cuelgan el delantal,

cambian de lápiz labial,

cambian de marido

y se convierten en estrellas.



Jayne no era rubia

pero tenía los pechos más grande que todas.

Se tiñó el pelo y perdió la cabeza.

Los hombres querían tocarla.

Peregrinaban enfermos de sexo a su Meca rosada

y ella estrenaba camisones de tul,

pantuflas de peluche,

amantes adictos a los esteroides.

Tenía un gran danés que se llamaba Byron

porque antes de perder la cabeza

había leído mucha poesía.

Hablaba cinco idiomas,

cosa que a nadie le importó porque,

ya lo dije,

tenía los pechos más grandes que todas.



En los '60 probó LSD.

Las rubias

(aún las falsas rubias)

pierden la cabeza fácil.

Se ordenó Sacerdotisa de Satanás

pero nunca dejó de ser una Barbie inflada,

con su camisones rosados,

sus pantuflas rosadas,

su casita rosada.

El Sigilo de Baphomet no encajaba

en su palacio kistch.

¿Quién clase de Diablo tendría tratos

con una rubia de pechos grandes

que viaja en un autito rosado?



Un autito rosado.

Crash.

Muy fuerte crash.

Veinte botellas de licor rotas,

un chihuahua muerto,

dos tipos muertos,

una rubia muerta.



Las revistas del corazón dijeron

que un brujo despechado

decapitó una foto en California

y su cabeza rodó en Luisiana.

Pero eso no es cierto.

Jayne era una buena rubia.

La cabeza la había perdido hacía rato.




Arte: Jayne Mansfield: Head, Joey Dammit