LA
EXTRAÑA DE LAS BOTAS ROSA
Al fin
las tengo.
Las
botas rosa.
Las
miro, las toco,
pero no
sé si voy a animarme a usarlas.
Ya no
tengo seis años.
Ya no bailo alrededor del Winco del tío
cuando suena esa canción que adoro.
La
extraña de las botas rosa.
Con sus colgantes y medallones.
Esa
quería ser yo.
Hacerme
la toca.
Usar
minifalda.
Lentes
con forma de corazón.
Y las botas, claro, las botas.
Esa
quería ser yo.
Enamorarme.
Vivir
para siempre en los 70's.
Con los
dedos en V.
Usando
una vincha en el pelo
(también
había una chica con vincha
en alguna canción,
una
chica con pantalones anchos,
otra princesa
hippie girando en el Winco del
tío,
ella
podía ser mi hermana,
la
hermana de la extraña de las botas rosa).
Al fin
las tengo.
Las
botas rosa.
Las
miro, las toco,
pero no
sé si voy a animarme a usarlas.
Ya no
tengo seis años.
El Winco se perdió en alguna mudanza
(se
perdió cuando ya no se conseguían las púas
pero no
era lo suficientemente viejo
como
para despertar la codicia de algún coleccionista).
Los
ruleros se extinguieron.
Me
enteré de los 30.000.
Vi
demasiadas películas sobre la Guerra de
Vietnam.
El sexo
me impacienta
y el
concepto de amor me parece ridículo.
Pero al
fin las tengo.
Las
botas.
Y, sí,
me voy
a animar a usarlas.
Voy a
salir a la calle con mis botas
y las
vecinas me van a mirar
como si
estuviera loca.
Voy a zarandearme hasta caer redonda.
Y
después quién me quita lo bailado.
Quién.
Fotografía: Nancy Sinatra en el especial de televisión de 1967 “Movin’ with Nancy”
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