domingo, 19 de agosto de 2018

LA SUICIDA


LA SUICIDA


Un grito pone al barrio sobre aviso.

Dos gritos.

Tres, cuatro.

Gritos abiertos como bocas de animales rabiosos,

humeantes,  impuros.

Gritos  astillándose

contra un péndulo incomprensible de carne muerta

(la nena mi nena)

contra un bloque blanco, tornasolado,

hermosamente atroz,

como un lirio infeccioso.



En la esquina

algunas vecinas persignan su alivio

porque la nena

(el péndulo el bloque el lirio)

es un cadáver ajeno.

Otras lloran como gatitos recién paridos,

con un llanto agudo que no levanta la voz,

con los ojos cerrados.

Todas comentan

(tan joven tan linda tan con la vida por delante

si lo tenía todo no hay motivo

la habrá dejado el novio estaría embarazada se drogaría

se llevaría mal con los padres con las hermanas con las amigas

tan joven tan linda y ahorcarse qué coraje

pobre la madre pobre pobre  pobre

ella ya no sufre más).



El aliento helado de una bolsa negra

le muerde la nuca a los murmullos.

La tarde cae, espesa,

sobre los faros sangrantes de una ambulancia

(morguera se llama morguera

aclara una señora con anteojos

y después el silencio).



La piba vivía acá a la vuelta

pero yo no la conocía.

Una amiga de la hermana me mostró su foto.

Era linda en serio,

y tan joven.



Era linda en serio, carajo.






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