LA SUICIDA
Un grito pone al barrio sobre aviso.
Dos gritos.
Tres, cuatro.
Gritos abiertos como bocas de animales rabiosos,
humeantes, impuros.
Gritos astillándose
contra un péndulo incomprensible de carne muerta
(la
nena mi nena)
contra un bloque blanco, tornasolado,
hermosamente atroz,
como un lirio infeccioso.
En la esquina
algunas vecinas persignan su alivio
porque la nena
(el péndulo el bloque el
lirio)
es un cadáver ajeno.
Otras lloran como gatitos recién
paridos,
con un llanto agudo que no levanta la
voz,
con los ojos cerrados.
Todas comentan
(tan
joven tan linda tan con la vida por delante
si lo tenía todo no hay
motivo
la habrá dejado el novio estaría
embarazada se drogaría
se llevaría mal con los padres
con las hermanas con las amigas
tan joven tan linda y ahorcarse
qué coraje
pobre la madre pobre pobre pobre
ella ya no sufre más).
El aliento helado de una bolsa negra
le muerde la nuca a los murmullos.
La tarde cae, espesa,
sobre los faros sangrantes de una
ambulancia
(morguera
se llama morguera
aclara una señora con anteojos
y después el silencio).
La piba vivía acá a la vuelta
pero yo no la conocía.
Una amiga de la hermana me mostró su foto.
Era linda en serio,
y tan joven.
Arte: Laura Makabresku
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