HISTORIAS DE
EX - AMANTES
I
Bajo sospecha, mis gestos.
Geométricos gestos que se arriman
a un fuego que no les pertenece.
Cruzo los dedos del alba cuando el cuerpo
apetecido
se detiene al reborde del sueño.
Pero él no me mira.
Ni siquiera me recuerda.
El alba tiene, ahora, las manos abiertas.
Los gestos –los geométricos gestos-
también están abiertos.
Y duelen.
II
Un minuto de silencio.
Un minuto de silencio cada día,
mientras le lavo los dientes a la
cordura.
Por los amores muertos.
Por la mañana que se despereza
–angosta, rigurosa-
al borde de la trampa habitual de ser y
parecer otra.
III
El que estuvo –el que se detuvo en mi
útero cantado
y lo hizo noche a golpes de guitarra-
sigue cavando en mi cuerpo desde su trova
y su huida.
Su piel regresa, algunas veces,
pero la barro debajo de la alfombra.
Soy la perfecta casada y no tengo tiempo
para ocuparme
del retorno de una mariposa
incomprensible.
IV
La culpa la tuvo el verano.
La culpa la tuvo el pulmón rosado
que había olvidado el idioma del aire.
La culpa la tuvieron mis uñas de gatita
hambrienta
arañando los pantalones de un amo desconsiderado
que llevaba siglos muerto.
La culpa la tuvo su estúpida manía de adivinar
la intención de la luz.
Podría insultarlo, pero le escribo un
poema.
Un poema daña más.
V
Cortada en dos bosquejo
el impensado diseño del recuerdo.
Al norte de mi ombligo, la cabeza y el
corazón, que no saben;
al
sur - intenso, como el cadáver de un pájaro-
un sexo indecoroso, que sí sabe.
La felicidad -esa dama idiota que brinda
cuando el almanaque se desguaza
y jamás hace preguntas incómodas-
se prodiga siempre a los ignorantes.
VI
Hubo en mi entrega un rebaño de palabras.
Blanco sobre blanco.
El lujo de saberme nueva en la burbuja
del delirio:
un lunar de estreno,
un muslo que nunca había transgredido
la mirada de lo cotidiano.
El rebaño, esquilado,
es
hoy un paisaje lunar,
la anatomía perfecta del vacío.
No me estreno más.
Me desnudo lo estrictamente necesario.
VII
Y este esqueleto
–compañero tácito de lances y reveses-
quiere saber.
Quiere saber a dónde irá a reclamar
un mejor trato
cuando la carne sobre
y sangrar deje de ser una excusa.
A su casa, no.
A su casa, nunca.
VIII
La mano del que estuvo
-el que me alargó la sombra hasta hacerla
infinita-
tremola, algunas veces,
en
la aldaba que custodia mis cicatrices.
Nunca me dio de comer,
pero le muerdo la mano.
Con dientes de niebla.
Con dientes de reproche.
IX
Adentro duerme el llanto.
Adentro duerme la lluvia.
Sin canciones para ablandar el miedo.
Con la lámpara encendida.
X
Tiendo la mesa, tarareando una canción
antigua.
El mantel me miente y se pronuncia
como una sábana palpitante.
Pero no espero encontrarlo en el revés de
ese lienzo fingido.
Un
plato azul sacude cualquier atisbo de duda.
Tiendo la mesa para los que amo.
Todo lo demás es pasado.
Excelente!!
ResponderBorrarGracias!Beso grande!
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