QUE ESTE INFIERNO SEA NUESTRO CIELO
Ann yacía inmóvil, apoyada sobre su lado izquierdo, con las piernas encogidas y las manos unidas con fuerza bajo su mejilla. Miraba sin ver, y sus ojos relumbraban con lágrimas que ya no derramaba. Ni siquiera se movió cuando me senté al otro lado de la cama, y si se percató de que mi mirada se clavaba en su rígido rostro, no dio muestras de ello.
Ginger dormía, exhausta, a los pies de la cama. Me giré para verla. Quería a aquel animal. Su lealtad era incuestionable. Ojalá hubiera alguna forma de que entendiera lo que sucedía.
Volvía a centrar mi atención en Ann. Notaba el cuerpo frío y dolorido. Era consciente de que, mientras estuviera sentado allí, el terrible y oscuro magnetismo de aquel lugar pretendería arrastrarme hacia el vacío donde ella existía. De ceder, la atmósfera me absorbería y me haría, al igual que a ella, un prisionero que olvidaría todo lo que había sucedido antes.
También sabía, sin duda alguna, lo estúpidas y absurdas que habían sido mis esperanzas. Albert trató de advertirme, pero no lo escuché. Ahora al menos lo comprendía.
No había forma posible de llegar hasta Ann.
Aún así, surgieron las palabras. Las palabras que deseaba que ella escuchara, ahora que al fin podíamos hablar cara a cara. Palabras que sabía que no tendrían efecto alguno sobre ella, pero que venían de mi corazón y mi mente.
-¿Recuerdas que acostumbrabas a escribir notas de agradecimiento a la gente? ¿Por cenas, regalos o favores? Yo siempre te gastaba bromas al respecto porque escribías muchísimas. Pero lo cierto es que era un detalle encantador, Ann. Nunca tuve dudas sobre ello.
No emitió sonido alguno. Continuaba en la cama, inmóvil. Alargué el brazo y le cogí la mano derecha. Estaba fría y laxa. La sujeté entre las mías y continué hablando.
-Ahora quiero darte las gracias. No sé qué nos ocurrirá. Rezo para que en algún lugar y momento volvamos a reunirnos pero por el momento no sé si será posible.
>Por eso voy a darte las gracias ahora por todo lo que has hecho por mí, por todo lo que has significado para mí. Alguien a quien no conoces me dijo que los pensamientos son reales y eternos. Así que, aunque no comprendas lo que estoy diciendo, sé que llegará el momento en que sí lo hagas.
Le apreté la mano entre las palmas de las mías para calentarla y le dije lo que sentía.
-Gracias, Ann, por todas las cosas que has hecho por mí en vida, desde las insignificantes hasta las más importantes. Todo lo que hacías tenía significado para mí, y quiero que sepas que te lo agradezco.
>Gracias por limpiar mi ropa, por mantener la casa limpia, por estar siempre limpia tú misma. Por ese olor tan fresco y dulce, por no descuidar nunca tu aspecto.
>Gracias por alimentarme. Por preparar tantas comidas estupendas. Por hornear para mí en tiempos en que pocas mujeres se molestaban en hacerlo.
>Gracias por preocuparte por mí cuando tenía problemas de algún tipo. Por alegrarme cuando me sentía deprimido.
>Gracias por tu sentido del humor. Por hacerme reír cuando lo necesitaba. Por hacerme reír cuando ni lo necesitaba ni lo esperaba, pero sí me permitía disfrutar más de la vida. Gracias por tu sarcástica percepción de nuestra vida en pareja y el mundo en que vivimos.
> Gracias por cuidar de mí cuando caía enfermo. Por ocuparte siempre de que la cama y los pijamas estuvieran limpios, de que tuviera comida y zumo recién hecho, o agua para beber. De que tuviera algo que leer, o de que la televisión o la radio estuvieran encendidas, o de que estuvieran apagadas si necesitaba dormir. Y todo esto, además del resto de tareas de las que te ocupabas.
>Gracias por compartir mi amor por la música y por dejarme compartir tu amor por la música. Por compartir tu amor por la belleza y la naturaleza. Gracias por ayudarnos a encontrar el maravilloso estilo de vida que disfrutamos. Por decorar y amueblar y disfrutar con nuestros diferentes hogares, y por tenerlos siempre abiertos para la gente que conocemos.
> Gracias por ser amiga de mis amigos y por amar a mi familia. Gracias por ayudarnos a formar tantas amistades comunes.
>Gracias por ser alguien de quien estar orgulloso, sin importar dónde estuviera o a quién viera.
> Gracias por tener fe en mi trabajo y mis éxitos. Sé que no fue fácil cuando había niños y facturas y presiones de todo tipo. Pero nunca dudaste de que tendría éxito, y también te agradezco eso.
> Gracias por los recuerdos de cosas que hicimos juntos y con los niños. Gracias por sugerirme que comprara una caravana para la familia, por ayudarme a hacer partícipes de los placeres del campo a los niños y a mí mismo. Sé que será parte de su vida como lo fue de la nuestra. Gracias por todas esas reservas naturales que vimos juntos. Por Sequoia y Yosemite, Lassen y Shasta, Olympic y Mount Ranier, Glacier y Yellowstone, el Gran Cañón y Bryce. Por Canadá y todos los estados en los que acampamos de costa a costa.
> Gracias por ayudarnos a encontrar, y por compartir con nosotros, los placeres de viajar a Hawai y los mares del sur, a Europa y a todo Estados Unidos.
> ¿Recuerdas todas nuestras navidades juntos, Ann? ¿Cuándo íbamos todos, en la caravana, hasta la parcela de YMCA en Reseda y elegíamos un árbol de navidad? ¿Cuándo caminábamos entre pasillos de pinos y abetos frondosos y aromáticos y elegíamos uno, sin dejar de reír, votar y pelearnos hasta que encontrábamos uno que nos gustara a todos? ¿Cuándo llegábamos a casa, lo colocábamos y le poníamos las luces y los adornos? ¿Cuándo nos sentábamos juntos y lo admirábamos con el único sonido de fondo de nuestros discos navideños? ¿Cuándo decíamos cada año que ese árbol era el mejor que habíamos tenido jamás? Recuerdo todos esos momentos y te doy las gracias por ellos.
> Gracias por los momentos que pasamos juntos. Por esas escapadas de fin de semana o esos lugares tan interesantes que conocimos. Por los días que fuimos de compras juntos. Por los paseos. Por los ocasos que disfrutamos. Yo te ponía el brazo sobre los hombros y tú te apoyabas contra mí, y ambos nos solazábamos con la vista del ocaso. Así era feliz, Ann.
> ¿Recuerdas las ovejas que pastaban en las colinas? Nos gustaba observarlas y sonreíamos al verlas balar, y al escuchar el tintineo de sus cencerros. ¿Recuerdas los rebaños que veíamos a veces? Dulces recuerdos por los que te doy las gracias.
> Gracias por los recuerdos que me dejaste cuando te veía con los pájaros. La forma en que los cuidabas y los currabas y les dabas tu amor, año tras año. Aquellos pájaros te siguen esperando. Te aman.
> Gracias por la valentía y tenacidad que demostrabas ante tus crisis nerviosas. Fueron tiempos aciagos para ti, para nosotros. Las noches insomnes, los miedos e incertidumbres, los dolorosos recuerdos de tu pasado. Los años de lucha, de esperanzas, de esfuerzo.
> Gracias por valorar nuestro matrimonio y familia tanto, y a pesar de ello no dejar de mejorar en lo individual. Por tu propósito de ser mejor y por tu éxito en semejante tarea.
> ¿Recuerdas cómo fue volver a los estudios? Primero hiciste un curso o dos de forma aislada, luego te lo tomaste más en serio y terminaste sacándote la diplomatura en Humanidades, después la licenciatura, y luego comenzaste la carrera para convertirte en auxiliar social. Estaba tan orgulloso de ti, Ann… Desearía que aún te dedicaras a ello. Habrías sido una auxiliar estupenda, llena de empatía y amor.
> Gracias por nuestros hijos. Gracias por proporcionar el encantador recipiente de tu cuerpo para la creación conjunta de nuestra vida física. ¿Sabes que aún recuerdo el momento exacto en que nació cada uno? Louise a las 15:07 del 22 de enero de 1951, Richard a las 7:02 del 14 de octubre de 1953, Marie a las 21:04 del 5 de julio de 1956, e Ian a las 8:07 del 25 de febrero de 1959. Gracias por el placer que sentí al verlos por primera vez… y por la alegría que cada uno trajo a mi vida. Gracias por enseñarme a ser considerado con ellos y respetar sus identidades. Gracias por ser un excelente ejemplo para nuestros hijos e hijas, por mostrarles lo que es posible en una madre y esposa.
> Gracias por dejarme ser yo mismo. Por aceptarme como soy, no como tú te imaginabas que era o querías que fuera. Gracias por ser comprensiva conmigo y con mis emociones. Por ayudarme a tener los pies en la tierra, por no comportarte de manera dominante ni pasiva, sino de la forma necesaria en cada momento. Por ser hembra y aceptar lo que tenía que ofrecerte como macho. Por hacerme sentir siempre como hombre.
> Gracias por tolerar mis fracasos. Por no machacar mi ego ni tampoco alentarlo para que se descontrolara. Por hacerme recordar que era un ser humano con responsabilidades. Gracias por rehacerme de una manera inconsciente. Por ayudarme a comprenderme a mí mismo mejor. Por ayudarme a conseguir cosas que nunca habría conseguido de estar solo.
> Gracias por impulsarme a hablar de mis problemas, sobre todo a medida que pasaban los años. Nuestra capacidad para comunicarnos hizo de nuestro matrimonio una experiencia mejor. Gracias por ayudarme a combinar mis ideas y mis sentimientos y comunicártelos como un todo. Gracias por no solo amarme, sino también apreciarme, por ser, además de esposa y amante, amiga.
> Gracias por la imaginación con la que aderezaste nuestra vida. Por ayudarme a apreciar cada vez más nuevas actividades e ideas. Por hacer de mis gustos algo más atrevido.
> Gracias por recordarme con actos, y no con palabras, el hacer en cada momento lo correcto. Por enseñarme, por ejemplo, que el sacrificio es un gesto positivo y gentil. Gracias por darme la oportunidad de madurar.
> Gracias por tu dependencia. Por estar siempre ahí cuando te necesitaba. Gracias por tu honestidad, tus valores, tu moral y tu compasión. Gracias incluso por los malos tiempos, porque con ellos aprendí a crecer.
> Me disculpo por cada vez que te he fallado, por cada vez, por cada vez que he carecido de la comprensión que merecías. Me disculpo por no haber sido paciente y amable cuando debería. Me disculpo por todas las veces que he sido egoísta y no he entendido tus necesidades. Siempre te he amado, Ann. Pero a veces te he dejado de lado. Me disculpo por todas esas veces y te doy gracias por hacerme más fuerte de lo que soy, más sabio de lo que soy, más capaz de lo que soy. Gracias, Ann, por compensarme con tu encantadora presencia, por añadir la dulce mesura de tu alma a mi existencia.
> Gracias, amor, por todo.
Me estaba mirando con una expresión de sufrimiento tal que, por un momento, me arrepentí de haberle hablado como lo había hecho.
No tardó en esfumarse.
Había algo en sus ojos.
Vago y sin forma, algo que pugnaba por no desaparecer. Como una vela azotada por el viento.
Pero seguía allí.
Cómo luchó. Dios del cielo, Robert, como luchó. Aquel combate se reflejó en su cara, paso por paso. Algo en mis palabras había iniciado un diminuto fuego en su cabeza, y ahora se esforzaba en mantenerlo avivado. Ni siquiera sabía que estaba allí. Ni siquiera que estaba encendido, solo tenía una intuición. Había algo. Algo diferente. Algo más que la miseria en la había estado viviendo.
No sabía qué hacer.
¿Debería hablar aun a riesgo de apagar el fuego? ¿O callarme para dejar que ella misma lo avivara? No estaba seguro. En el momento más importante de nuestra relación, estaba en blanco.
Así que no hice nada. Solo la observé. Su cara era parecida a la de un niño que trata de desentrañar un misterio inextricable.
Inténtalo.
Era la única palabra que se formaba en mi mente. Inténtalo. Creo que asentí como para reforzar mi idea.Inténtalo. Sonreí. Inténtalo. Le apreté la mano con fuerza. Inténtalo. Los dos temblamos. Inténtalo, Ann. Inténtalo. Nuestra relación (desde el mismo momento que nos conocimos hasta este increíble instante) estaba en un punto culminante. Inténtalo, Ann, inténtalo. Inténtalo. Inténtalo, por favor.
Las llamas se extinguieron.
Las vi morir. En un momento estaba allí, apenas sin fuerza, y al siguiente se esfumó de su mente. Y el cambio de su expresión, de la esperanza al olvido más rudo, fue para mí la visión más espantosa de la que había sido testigo desde mi muerte.
-¡Ann! –grité.
Sin respuesta. Ni una palabra, ni un gesto.
Había perdido.
La contemplé en silencio y dejé pasar el tiempo.
Hasta que me quedó claro.
No podía dejarla allí sola.
Es extraño que la más terrorífica decisión que jamás había tomado me provocara tanta paz.
De inmediato permití que el magnetismo que tiraba de mí me envolviera.
No había vuelta atrás. Sentí el frío solidificarse en mi piel, y una horrible, escalofriante y espesa condensación de mi cuerpo.
Estuve a punto de resistirme cuando el terror me sobrecogió.
Pero no lo hice.
Era la única cosa que podía hacer por ella.
Olvidaría todo esto en breve. Ni siquiera recordaría lo bienintencionado de mi decisión. Pero entonces, durante esos breves instantes, supe lo que estaba haciendo. Lo único que me quedaba por hacer.
Elegirla a ella antes que al Cielo.
Demostrarle mi amor al quedarme con ella durante los veinticuatro años que nos quedaban por delante.
Recé para que mi compañía (como resultara ser cuando perdiera la conciencia) pudiera apaciguar algo el dolor que sentía al vivir en aquel horrible lugar.
Pero mi lugar estaba junto a ella, no me cabía duda.
Me sobresalté y miré alrededor.
Ginger me estaba lamiendo la mano.
La miré, incrédulo, y escuché el que para mí era el sonido más bello del mundo.
Ann pronunciaba mi nombre.
Me giré hacia ella, maravillado. Tenía lágrimas en los ojos.
-¿De verdad eres tú? –murmuró.
-Sí. Ann. De verdad. –Sentí disiparse mi consciencia.
¿Cuánto tardaría en recuperarla? ¿Cuánto tardaría la desolación en triunfar?
No importaba.
Durante unos cuantos segundos, estuvimos juntos.
La levanté, la rodeé con mis brazos y ella hizo lo miso. Nos fundimos en un abrazo.
De repente se apartó de mí con expresión horrorizada.
-Ahora ya no te puedes marchar de aquí.
-No importa. –Reí y lloré al mismo tiempo-. No importa, Ann. El Cielo no sería el Cielo sin ti.
Y justo antes de que las tinieblas me arrebataran la consciencia, hablé por última vez con mi esposa, mi vida, mi preciosa Ann. Le susurré mis últimas palabras.
-Que este infierno sea nuestro cielo.
RICHARD MATHESON, "MÁS ALLÁ DE LOS SUEÑOS"
que historia más romántica !!!
ResponderBorrargracias por compartirla Raquel
no conocía a este autor, ha sido todo un hallazgo
me recordó esas pelis antiguas , rosas y sufridas
besitos
"Más allá de los sueños" es un libro maravilloso. Lamentablemente, Richard Mathenson falleció el 23 de este mes. Otro grande que se va.
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