SIEMPRE POLILLA,
NUNCA MARIPOSA
del beso que nunca había dado
-el beso límite,
el beso “cruzo esta boca
y todos los
testigos declaran en mi contra”,
el beso “ningún demonio
puede aspirar a la
inocencia”-.
Pero yo fui más lejos, querido,
y quemé mis naves
en la llama
del cigarrillo atroz que apretabas entre
tus dientes
la mañana del caos
-el caos de hocicos y pezuñas traducido
en las paredes acolchadas del grito
que no quisiste escuchar-.
No era el aleteo de mis pestañas
el que sonaba,
como una pequeña música
cuando la desnudez imponía
su estampa clarividente.
No era un capricho
adentrarme en la luz.
Yo volaba en círculos ebrios
y vos te encendías
frente a mi memoria hambrienta.
Preferí arder de una vez
y ser ceniza,
antes que regodearme en una belleza
vacua;
preferí morir,
buscar el exterminio
antes que sentarme a la mesa anémica
de las buenas costumbres.
Siempre polilla,
nunca mariposa.
No quise flores para llorar la lápida
del aliento contenido.
Quise un fuego
que no valió la pena
y una vela que dibujó
en el corazón del verbo
que nunca fuimos posibles.
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