CUARENTA
Una vez escribí un buen poema
o, al menos, pensé que era bueno.
Hablaba del amor
o del desamor,
de las muñecas rotas
o de las pérfidas arañas
que tejen el otoño.
Los martes orquídeas
y los miércoles
un blister de pastillitas de colores
para hacer la gran Marilyn, si me animo,
y un maldito teléfono que no es blanco
y no suena nunca.
“Dentro de algún tiempo
estarás acabada,
metida en tu casa
haciendo la colada…”
Me parecía tan lejos, Joaquín,
y yo no pisé el acelerador,
total, me sobraban los días.
Y me distraje jugando a la mamá
en mi pulcra casita de muñecas
y me atraganté con pucheros,
con purecitos pisados con esmero,
con sisellas de humo.
“Los orgasmos son mejores a los cuarenta”
dice la Cosmopolitan,
pero yo ya no tengo ganas
de buscar el amante ideal,
y esta mañana hice una pequeña hoguera
con mi portaligas negro
porque su mendacidad me exasperaba.
El mejor sexo que tuve en mi vida
lo tuve con los espejos
(ese es el precio que pagan
las niñitas monstruo
que se masturban
pensando en los príncipes de Disney)
Hace rato que
toma el té cada tarde conmigo.
Me volví tan británica con los años:
el mundo se va a la mierda
y yo me tomo un té y sonrío.
Una vez escribí un buen poema
(seguro que no era éste).
Tenía veinte años y no me importaba abusar
de los pájaros, y las rosas,
(seguro que no era éste).
Tenía veinte años y no me importaba abusar
de los pájaros, y las rosas,
y lloraba porque se me había partido una uña.
En realidad, el poema no era bueno,
pero yo era feliz.
Todavía no había aprendido
a atravesarme el corazón con las palabras.
Arte: Lara Dann
Del poemario "La antigua enfermedad del otoño", Ediciones de la Iguana, 2011
Y sí... que va´cerle. Abrazo, poetaza.
ResponderBorrarGracias, Rafaela! Abrazo!
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