A nuestros
muertos
La sangre vino.
Nadie la esperaba.
La esperábamos todos.
Un sábado por la tarde.
O un lunes por la mañana.
La sangre vino.
La visible tiniebla
de la sangre
enturbió
los papeles muertos,
el pretérito barro de las calles,
la triste anatomía de los cuartos
alumbrados con velas.
Desfondada,
estallada,
remordida,
vino la sangre.
Sin epifanías,
sin anunciaciones,
zumbada y tumbada,
vino la sangre.
Y se sentó a tu mesa,
a la mía.
Brindó con la vigilia impuesta
del ojo que extravía el sueño,
del ojo que resbala
por un cuerpo sin boca
donde revienta el grito.
Para adentro.
La sangre vino.
Los que viven
entre cuatro paredes de agua,
entre cuatro paredes de viento,
entre cuatro paredes de no veo,
no escucho,
no digo,
abrieron las puertas de los otros
-de nosotros-
para que la sangre venga.
La sangre vino
y no hay nadie
para decirle que se vaya.
Arte: "Dark Pop Surrealism Blood", Barbara Agreste
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