CRECER
“Nos tocaba
crecer y crecimos,
vaya si
crecimos…”
Joaquín Sabina
Muchas veces me engaño
pensando que soy la misma de ayer,
la misma que caía rendida en tus brazos
después de una dulce sesión de gimnasia
amorosa.
Pero no.
No soy la misma,
aunque siga escuchando a “Los Beatles”,
y leyendo a Alejandra
y coleccionando brujitas de cerámica.
Había llegado a los cuarenta con la
cabeza llena de pájaros
y un puñado de certezas que se
deshicieron al tocarlas
como sucios papeles abatidas por los años.
Había comprado verdades
y vendido mentiras
y le tenía terror a algunas palabras.
Creía en los ángeles,
en la vida después de la muerte,
en la exactitud de los relojes
y en el amor.
El amor.
Qué preciosa estafa para obnubilar a las
cabezas llenas de pájaros.
Me tocaba crecer
y crecí.
Crecí cuando me dijiste “Chau”
y me quedé al lado del teléfono,
esperando una llamada que no llegó nunca.
Crecí cuando se deshizo la ingrávida
burbuja
en la que flotaba repitiendo tu nombre,
como un mantra
o como un Padrenuestro.
Y me convertí en la que soy ahora.
La que ya no le tiene terror a algunas
palabras
y no dudaría en pedir que la
desconectaran del respirador
si estuviera inmovilizada en una cama.
La que piensa que las palomas son ratas
con alas,
y los ángeles son ficciones con alas.
La que sabe que los relojes son tan
inexactos como el tiempo:
una noche de dolor dura más que mil y una
noches de gozo.
La que concibe a la muerte como un final
irrefutable
y dejó de ir a misa y rogarle a los
santitos:
“Por favor que
vuelva, por favor que vuelva”.
La que sólo acepta la existencia del amor
en los versos de Neruda
porque todos los besos le saben a
vinagre.
Me tocaba crecer y crecí.
No más palomas de la paz,
ni ángeles de la guarda,
ni libros de Brian Weiss.
No más hostias consagradas,
ni almas gemelas,
ni amores que nunca mueren.
No más relojes para medir el tiempo
eterno que me separa de tus ojos,
de tus manos curtidas,
de tu piel,
de tu vida.
Me tocaba crecer
y crecí.
La juventud es un defecto que se corrige
con los años, dicen algunos.
La esperanza también.
Arte: "Nevermore", Christian Schloe