Hoy pasé por la esquina
donde solías
esperarme.
Fue raro no verte,
con las manos en los
bolsillos
de tus jeans
gastados
y los hombros
alzados en gesto indolente.
Fue raro que no me
vieras,
corriendo siempre,
con mi bolso cargado
de libros
y papeles inútiles,
perdiendo llaves,
teléfonos y tubos de maquillaje,
fumando, tosiendo,
mascando chiclets con sabor a frutilla,
llegando siempre
tarde.
Es raro que los
lugares permanezcan
cuando los amores
parten,
y que las calles se
empeñen en repetirse:
los mismos cafés con
mesas en las veredas
entorpeciendo el
paso,
los mismos árboles y
las mismas baldosas,
los mismos puestos
de flores,
los mismos perros de
ojos acuosos y colas vehementes.
Nada cambió en la
esquina del encuentro.
La plaza sigue
intacta
y hay palomas
inmunes al olvido
sobrevolando el
sopor de la mañana.
Es raro que los
lugares conserven su pulso,
su latido vital, su
presencia,
cuando las historias
han muerto.
Fue raro no verte.
Fue raro que no me
vieras.
Fue raro que nadie
me abrazara,
y yo no perdiera mis
llaves,
y no perdiera mi boca
en un beso furtivo.
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