SUPERVIVENCIA
A veces me pregunto
cómo sobrevivo en mi reducto doméstico,
sonriendo estúpidamente al sazonar la cena
(que no le falte sal a mis noches
porque vivo atiborrada
de pastillas para no soñar
y a pesar de todo
sigo soñando con él,
aunque no recuerdo su cara,
ni su voz,
y sus lágrimas no son más que cristales
ilusorios,
estalactitas de ausencia
perforando unos ojos
cuyo color tampoco recuerdo).
Me pregunto cómo subsisto
con este agujero tallado en mi pecho,
con la inquietud saltando, sudorosa,
sobre la línea pura
que divide mi espalda,
con tantas preguntas recamadas de polvo
y tantas respuestas punzantes
rasguñando mi garganta.
Todavía sigo soñando con él.
Tiene la cara
de todos los hombres que me amaron
y la de ninguno.
Y yo limpio vidrios,
y me abrazo a una escoba intrascendente,
y sonrío,
con mi estúpida sonrisa de hembra atrapada
en un arrecife de pan y manteca
y cenas preparadas sin esmero,
porque la vigilia me perdona, a veces,
y el olvido
parece posible.