NOSOTROS
A Alejandra Pizarnik
Nosotros nos casamos, Alejandra,
tenemos un hijo,
tenemos un auto,
tenemos un perro,
y salimos de vacaciones cada verano.
Pero un agujero nos perfora el estómago
como si una mano negra con garras afiladas
nos hubiera profanado las entrañas
y nos hubiera arrancado una a una las vísceras humeantes.
Y nos pesa el corazón como una piedra.
Nosotros, Alejandra, corremos detrás de los relojes,
lloramos en silencio cada noche la vacuidad del día
y masticamos la rutina hasta la náusea.
Y nos duele el poema,
nos duelen los espejos,
nos duelen las cenizas de la infancia
esparcidas sobre unos ojos muertos
y el vértigo de las lilas que se deshojan
en el dulce abandono del crepúsculo.
Nosotros, Alejandra, sabemos que el amor
es una ceremonia inútil
y que cada emoción desemboca en la lasitud,
en la inevitable fatiga.
Y nos suicidamos cada día
con sobredosis de corazones estropeados,
pulmones estrangulados con humo rancio,
autopistas jamás saciadas de sangre
y células marchitas.
Nosotros, Alejandra,
somos nuestro propio París errante e iniciático
y nuestra propia sala de psicopatología.
Y conocemos el miedo.
Y también estamos cansados de Dios
y de los vasos vacíos.
Del poemario “La antigua enfermedad del otoño” (2011)
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