POEMA DE AUSENCIA
A Marcos, que hace un año me plantó la clase, y todavía no vuelve
Me pregunto qué dirán los niños muertos,
esos pequeños fantasmas que devoran
padrenuestros de humo,
mientras las mamás lloran
y los papás fuman en silencio.
¿Hablarán, acaso, de otro Reino,
donde el hambre dejó de ser la bruja enconsertada
en el chillido glutinoso de las moscas?
Un reino donde el golpe nunca llega,
y no hay cabecitas calvas inclinándose sobre una ventana
dolida de cáncer,
y la sangre no se escapa como un ciervo
de ojos espantados.
Me pregunto que dirán las muchachas muertas,
esos vestidos marchitos remedando
una desviada primavera,
mientras las vecinas hacen conjeturas
y un novio, algo arrepentido, se mira las uñas sucias.
¿Contarán, acaso, de otras calles,
de otros márgenes donde edificar el beso?
Calles donde no existen las navajas,
ni los blisters de pastillas que apuran el olvido.
Ni siquiera las ruedas de un automóvil despechado
mordiendo la banquina del cuerpo.
¿Y los amores muertos?
¿Hablarán?
Los amores muertos no tienen clavadas en la nuca
cruces de cotillón
ni un tenue pantano de calas,
donde hundir sus pies jadeantes,
a la vuelta de la esquina
(“alcatraces” llaman los mexicanos a las calas
y me gusta ese nombre: suena a zumbido de verano,
a Diego Rivera, a clasecita humilde donde los años
le dan batalla a la palabra y la profe se ríe
porque los alumnos ganan premios
en un concurso donde ella fue ignorada olímpicamente.)
Qué estúpida costumbre morirse.
Qué falta de respeto dejarme la clase plantada.
Estos alumnos míos parecen adolescentes,
aunque tengan más de setenta:
se van y no avisan.
Se van
y no escribieron el poema que les pedí,
ni leyeron el cuento de Poe.
Se van.
Y yo le paso lista a la ausencia, a regañadientes.
Y siempre dice “presente”, la maldita.
Siempre dice “presente”.
Arte: Nicoletta Ceccoli
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