FIN DE ETAPA
“…y también perdida la muchacha, a los cuarenta ya es solamente una manera de llorar dentro de una palabra.”
Julio Cortázar
La primera vez que me desnudé frente al espejo
tenía doce años.
Mis pechos levitaban
y mi ombligo era
una flor levemente rosada
que marcaba el camino hacia constelaciones de saliva,
nidos de vértigo,
quemaduras ciegas
como cachorros recién nacidos.
La primera vez que busqué la palabra mujer en el diccionario
tenía doce años.
Y ahí estaba yo,
desnuda frente al espejo,
germinada,
deletreando la vida con los muslos.
El agua devenida en vino
me erigía
en rehén del milagro.
Hoy el vino es agua nuevamente
y me acordonan
los fantasmas del viento.
Me reconozco como un árbol sin hojas:
el memorándum perfecto del otoño.
Y pregunto lo mismo
que preguntó mi madre,
que preguntó la madre de mi madre,
que preguntaron todas
(reinas, mendigas, Julietas que no tuvieron la delicadeza de morirse):
¿Cómo asumir esta diáspora sombría
de golondrinas rojas?
¿Cómo aceptar abril y sus misterios,
su silencio de peces que abandonan
el río absoluto de mis piernas?
La última vez que me desnudé frente al espejo
tenía cuarenta y seis años.
Me sentí un mar ausente,
la piel susurrada por caracoles lejanos.
Supe que me tocaba
armar mi rompecabezas sin la sangre.
Y sonreír, sonreír, sonreír.
Como si no hubiera perdido todavía
la esperanza de reencontrarme con la primavera.
Arte: "Amor", Christian Schloe
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