viernes, 23 de septiembre de 2022

LAS MANOS DE MI PADRE

LAS MANOS DE MI PADRE

 

No las recuerdo.

No recuerdo las manos de mi padre.

Hace siglos que son polvo,

jaulitas de humo donde quedaron atrapadas

las caricias a las que la muerte

les cortó las alas.

Sin embargo, pienso mucho en ellas.

Las manos que desataron el nudo que apretaba

las rodillas castas de mamá

e iniciaron la ruta del amor

que me trajo al mundo.

Las manos que construyeron

la casa donde di mis primeros pasos,

dije mis primeras palabras,

dormí sin sobresaltos,

sin que ninguna sombra

descosiera los ribetes del sueño.

Las manos que me tocaron, apenas abren los ojos,

como quien toca un milagro.

 

No recuerdo las manos de mi padre.

Pero los recuerdos de los otros

(los que no tienen ocho años

cuando esas manos

se secaron como las plantitas

que me olvido de mirar cada tanto)

me las traen como una ofrenda.

Manos con dedos deformados

por el trabajo prematuro.

Dedos de nudillos anchos

que soportaron apenas unos días

la alianza de matrimonio.

Mi padre cargó tarros de leche

desde que tenía cinco años.

Sus manos eran el mapa

de un pais injusto

donde jugar era el privilegio de otros.

 

No las recuerdo.

No recuerdo las manos de mi padre.

Pero las pienso y hablo de ellas

para construir una casa sin grietas,

una casa chiquita y poco pretenciosa,

donde el dolor no se atreva,

ni siquiera,

a rozar el umbral.

 

 

Arte: Haley Ivers 

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