jueves, 12 de diciembre de 2019

PAMELA Y JIM



PAMELA Y JIM


PAMELA

Nunca quiso nacer, pero nació,
otra bonita California girl,
otro castillito de arena,
otra ola, otra palmera,
otro bikini incendiario de alma vieja
y ojos lejanos como los ladridos de los perros.
Creció como crece el pasto:
libre y amenazada por el orden
de los que confunden el ajedrez con los jardines.
Su cabeza creció,
un globo rojo inflado con helio
flotando sobre la estúpida insistencia de las cenas familiares.
Su corazón creció,
una jaula amoblada con alambre de púas
y pajaritos muertos.

Nunca quiso nacer, pero nació,
sin saber ni por qué ni para qué,
hasta que el líder de una manada de lobos invisibles
sembró espigas de sangre en su sonrisa de Orange County
y ella supo
que había nacido para ser poema.

JIM

Él podía hacer que la Tierra
se parara en seco.
Podía gritar, podía llorar,
podía cantar e invocar a los espíritus.
Podía alterar el curso de los ríos,
de las lunas,
obligar a la naturaleza a cumplir su voluntad.
Podía ser la aguja que pinchara su cabeza globo
y lograra que sus ideas estallaran,
y los pajaritos tiesos de su corazón
abrieran los ojos
como pequeños Frankesteins devueltos a la vida
por un milagro eléctrico.

Él deseaba que ella viviera
o muriera
con una sonrisa infantil en los labios
(no una sonrisa de Orange County,
una sonrisa de pezón y leche,
una sonrisa de muerte satisfecha).
Él escribía poesía
y cuando la nombraba
(cuando la tocaba con las palabras)
los lobos temblaban,
se les hacía agua la boca.

LA MUERTE, POR FIN

Pamela despertó la mañana
del 3 de julio de 1971
y encontró a Jim muerto en la bañera.
Tres o cuatro lobos
(visibles ahora
en su trágica belleza)
le lamían los ojos.
Tres o cuatro lobas aullaban.
Él sonreía, dijo ella
(una sonrisa de muerte satisfecha,
una sonrisa infecciosa que rodó como una epidemia
por las calles de París
cuando Pamela abrió la ventana
y los lobos se desvanecieron
tocados por la rutina del sol).

Ella también rodó,
hasta 1974,
hasta Los Angeles,
hasta el sofá y la heroína.
Si sonrió al final
(si sonrió satisfecha
en un eructo de leche y miel)
es un secreto que los lobos se llevaron
grabado en los colmillos.


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