PAMELA
Y JIM
PAMELA
Nunca
quiso nacer, pero nació,
otra
bonita California girl,
otro
castillito de arena,
otra ola, otra palmera,
otro
bikini incendiario de alma vieja
y
ojos lejanos como los ladridos de los perros.
Creció
como crece el pasto:
libre
y amenazada por el orden
de
los que confunden el ajedrez con los jardines.
Su
cabeza creció,
un
globo rojo inflado con helio
flotando
sobre la estúpida insistencia de las cenas familiares.
Su
corazón creció,
una
jaula amoblada con alambre de púas
y
pajaritos muertos.
Nunca
quiso nacer, pero nació,
sin
saber ni por qué ni para qué,
hasta
que el líder de una manada de lobos invisibles
sembró
espigas de sangre en su sonrisa de Orange County
y
ella supo
que
había nacido para ser poema.
JIM
Él
podía hacer que la Tierra
se
parara en seco.
Podía
gritar, podía llorar,
podía
cantar e invocar a los espíritus.
Podía
alterar el curso de los ríos,
de
las lunas,
obligar
a la naturaleza a cumplir su voluntad.
Podía
ser la aguja que pinchara su cabeza globo
y lograra que sus ideas estallaran,
y
los pajaritos tiesos de su corazón
abrieran
los ojos
como
pequeños Frankesteins devueltos a la vida
por
un milagro eléctrico.
Él
deseaba que ella viviera
o
muriera
con
una sonrisa infantil en los labios
(no
una sonrisa de Orange County,
una
sonrisa de pezón y leche,
una
sonrisa de muerte satisfecha).
Él
escribía poesía
y
cuando la nombraba
(cuando
la tocaba con las palabras)
los
lobos temblaban,
se
les hacía agua la boca.
LA
MUERTE, POR FIN
Pamela despertó la mañana
del 3 de julio de 1971
y encontró a Jim muerto en la bañera.
Tres o cuatro lobos
(visibles ahora
en su trágica belleza)
le lamían los ojos.
Tres o cuatro lobas aullaban.
Él sonreía, dijo ella
(una sonrisa de muerte satisfecha,
una sonrisa infecciosa que rodó como una epidemia
por las calles de París
cuando Pamela abrió la ventana
y los lobos se desvanecieron
tocados por la rutina del sol).
Ella también rodó,
hasta 1974,
hasta Los Angeles,
hasta el sofá y la heroína.
Si sonrió al final
(si sonrió satisfecha
en un eructo de leche y miel)
es un secreto que los lobos se llevaron
grabado en los colmillos.
Arte: Edmund Teske
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