10, LA MUJER PERFECTA
"A los quince los cuerdos de atar me cortaron las alas."
Joaquín Sabina
Cuando nací me vistieron de rosa de pies a cabeza
y me acostaron en una cunita
con sábanas rosadas.
A los cuatro años
me llevaron al cine a ver una pelicula de Disney:
la protagonista era una princesa que no sabía que era princesa,
invisible para el mundo
hasta el sensacional estreno
de un primoroso vestido rosado.
Los animalitos del bosque
la ayudaban a limpiar la casa
y ella cantaba
con una alegría idiota
mientras fregaba los platos.
A los cinco
me regalaron una muñeca
y me enseñaron a acunarla
y a cambiarle los pañales.
Yo le preparaba comiditas
con barro y hojas secas
y fregaba platitos de plástico cantando
porque quería ser una princesa de Disney.
A los siete años me enseñaron
que las señoritas no se trepan a los árboles
y me regalaron otra muñeca.
Me abrurrí de acunarla
y le hice un corte de pelo punk
que escandalizó a las tías solteras
(podria haber sido una estilista famosa,
codearme con Mara Roszak y Harry Josh,
pero tenía que ser una mamá).
Me aburrí de cambiarle los pañales
y le abrí el estómago de plástico
para ver qué tenía adentro
con un cuchillito que le robé a la abuela
(podría haber sido una cirujana destacada,
lucirme con mano firme y audacia,
pero tenía que ser una mamá).
A los nueve me enseñaron
que una mujercita
no se aburre jamás
de las nanas y de los pañales.
A los diez años, en la escuela,
me hiceron ver una película
a escondidas de los varones.
Me regalaron un folleto rosado
y me enseñaron a tener vergüenza de mi cuerpo.
A los doce me exigieron que no me riera tanto,
que no me sentara con las piernas abiertas,
que no jugara a las escondidas con los pibes del barrio.
A los quince me vistieron otra vez de rosa
y me durmieron con cuentos de hadas
a la espera del beso y el príncipe.
Y me enseñaron a bajarle los dobladillos a las polleras
para que los posibles candidatos
y me acostaron en una cunita
con sábanas rosadas.
A los cuatro años
me llevaron al cine a ver una pelicula de Disney:
la protagonista era una princesa que no sabía que era princesa,
invisible para el mundo
hasta el sensacional estreno
de un primoroso vestido rosado.
Los animalitos del bosque
la ayudaban a limpiar la casa
y ella cantaba
con una alegría idiota
mientras fregaba los platos.
A los cinco
me regalaron una muñeca
y me enseñaron a acunarla
y a cambiarle los pañales.
Yo le preparaba comiditas
con barro y hojas secas
y fregaba platitos de plástico cantando
porque quería ser una princesa de Disney.
A los siete años me enseñaron
que las señoritas no se trepan a los árboles
y me regalaron otra muñeca.
Me abrurrí de acunarla
y le hice un corte de pelo punk
que escandalizó a las tías solteras
(podria haber sido una estilista famosa,
codearme con Mara Roszak y Harry Josh,
pero tenía que ser una mamá).
Me aburrí de cambiarle los pañales
y le abrí el estómago de plástico
para ver qué tenía adentro
con un cuchillito que le robé a la abuela
(podría haber sido una cirujana destacada,
lucirme con mano firme y audacia,
pero tenía que ser una mamá).
A los nueve me enseñaron
que una mujercita
no se aburre jamás
de las nanas y de los pañales.
A los diez años, en la escuela,
me hiceron ver una película
a escondidas de los varones.
Me regalaron un folleto rosado
y me enseñaron a tener vergüenza de mi cuerpo.
A los doce me exigieron que no me riera tanto,
que no me sentara con las piernas abiertas,
que no jugara a las escondidas con los pibes del barrio.
A los quince me vistieron otra vez de rosa
y me durmieron con cuentos de hadas
a la espera del beso y el príncipe.
Y me enseñaron a bajarle los dobladillos a las polleras
para que los posibles candidatos
no pensaran
que era una loquita.
que era una loquita.
Me enseñaron a coser, a bordar,
a no jugar nunca.
A no comer demasiado,
a no beber demasiado
a no pedir demasiado.
Cuando nací me vistieron de rosa de pies a cabeza
y me acostaron en una cunita
con sábanas rosadas.
Antes de que aprendiera a hablar
me enseñaron a callarme.
Bo Derek, fotograma de la película "10" (Blake Edwards, 1979)
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