LAS
POBRES
Para
Laura Zaracho
Las pobres paren animalitos
como las perras o como las gatas.
Las pobres abren las piernas
una vez,
otra vez,
y ya está:
un negrito más en el mundo.
¿Y a quién le importa un negrito
cuando hay tantos bebés rubios
vendiendo colonias Johnson & Johnson,
champúes que no irritan los ojos,
pañales descartables?
(colitas frescas,
colitas blancas y puras,
colitas
blancas).
A las pobres
se les pueden arrancar del útero los sueños.
A golpes, a palazos, a patadas.
A ellas no les duele
un párpado de sangre entre las piernas
cerrado para siempre.
La vida entre cartones vale poco.
Vos volvés de la iglesia
con un ramito de olivo bendecido.
No sabés que esa pobre era María.
No te lo contó la tele.
No te lo dijo el diario.
*Por Laura Zaracho.
Cocinera comunitaria.
Perdió su embarazo, tras la represión policial a un comedor infantil.
Después de una semana sufriendo esta angustia, de una semana reviviendo la represión en el comedor, de una semana padeciendo pérdidas por los golpes que recibí de la Policía, de una semana haciendo el más absoluto reposo, tal como indicaron los médicos, hoy necesito gritar para decirles que no sólo nos robaron la inocencia de los chicos: también me robaron mi primer embarazo, que llevaba dos meses de ilusión.
Como todos los días desde hace un año, ese jueves 30 de marzo fui a servirles la comida a los casi cien chicos que cenan ahí y a los cientos de vecinos que se llevan viandas a su casa. Pero lamentablemente, no fue una tarde más. De repente, ingresaron alrededor de diez efectivos, tiraron la puerta abajo, dispararon a mansalva balas de goma y llenaron el aire de gas pimienta. Ahí, frente a todos esos niños ansiosos por comer un guiso de pollo, tuve que interponerme ante los uniformados junto a mis compañeras y no dudaron en golpearme como bestias, ni empujarme hasta que caí al piso. Fueron cuarenta minutos eternos, que no terminaban.
Y que no van a terminar.
Desde entonces, no pude recuperarme del atropello, ni del dolor físico, ni del dolor que me atraviesa el alma. Sigo en cama, recordando los golpes en cada movimiento de cintura, mientras lloro la tristeza que me nace del corazón. Y sí, es incontenible la bronca que tengo, sumergida en esta horrible sensación de la injusticia, porque pisotearon mi vida. Pero eso no es todo: Diego Kravetz, secretario de Seguridad del municipio, no sólo mintió al decir que “de ninguna manera había 80 chicos”, sino que además prometió que vendría al comedor, donde obviamente jamás apareció. Ahora, si llegase a pasar algún día, debería explicar por qué sus fuerzas dispararon sin mirar, tirando incluso a una chiquita de su silla de ruedas.
Suena irreal, tan irreal como desearía que fuera esta pesadilla. Acompañados por organizaciones sociales, todo nuestro Movimiento de Trabajadores Excluidos marchó el martes pasado contra la represión, denunciando la responsabilidad política de Kravetz y del intendente, Néstor Grindetti, que han llegado demasiado lejos, cruzando un límite del que no se puede volver.
¿Y entonces? Entonces deberé afrontar este calvario y seguir, sí, seguir por mí y por todos esos chicos que me llenan de fuerza para levantarme. Mi mamá, cocinera del comedor desde hace seis años, me enseñó a pensar en mi barrio, Villa Caraza. A eso me dedico, impulsada por su ejemplo. Y a eso me dedicaré de aquí en adelante también, con el cariño y el aguante que me brindan mis compañeros y mi familia.
Por todos ellos, pero en especial por los enanos, volvimos a abrir las puertas destrozadas de “Sueños Bajitos”.
No importa cuánto nos agredan, cuánto nos golpeen, ni cuánto miedo nos quieran meter.
Nunca, pero nunca, nos van a detener.
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