ROSA DIOR
Él va del brazo de una mujer vestida de negro.
Se arrancó una a una mis flechas.
En su pecho no hay
salpicaduras de sangre.
Supo con qué pie iniciar el retiro.
Yo saboreo un jardín de hielo
como una reina muerta.
Él y la mujer vestida de blanco,
la mujer con castillitos de cristal en las manos
y gemidos empolvados con azúcar,
vomitan su alegría insoportable
sobre mi boca vacía de pájaros.
Su coartada es el amor
-eso dicen-.
¿Dónde pongo mis sueños?
Él se afana en las aldabas húmedas
de una mujer vestida de rojo.
No recuerda haberme olvidado.
Crece en otras pupilas
como una selva de aguavivas dulces.
Danza en otro cuerpo
como si yo nunca hubiera sucedido.
Él y la mujer vestida de azul,
la mujer con mariposas hambrientas en los muslos
y burbujas de verano en los párpados,
debaten sus cuerpos sudorosos
en las pestañas de mi insomnio.
Su excusa es el deseo
-eso dicen-.
¿Dónde pongo mis lágrimas?
Tantas mujeres vestidas,
desvestidas,
tantas mujeres negras, blancas, rojas,
azules como ciruelas, como peces,
haciéndose y rehaciéndose entre sus piernas,
ordenando la mesa de su cuerpo,
disponiendo su ombligo, su pubis, sus caderas
sus brazos, que me gustaban tanto.
Tantas mujeres menos yo,
tan rosa Dior,
tan rosa chicle,
tan rosa nada.
tan rosa nada.
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