LA REBELIÓN DEL CATECISMO
Fue el grito.
La virtud de todo lo ofendido
-todo lo defendido-
acorralando sal en la garganta.
La boca cayendo de rodillas.
Fue el grito.
Mi grito.
¿Qué hice de tu carne,
de tu verbo,
de la consumación de los milagros?
El grito
rompió el tímpano del cielo.
Derogó tu aleluya.
Me extirpó
de tu módica gloria.
Partir peces, partir peces, partir peces.
Remontarse
a la levadura de los panes.
¿Dónde estaba tu “Levántate y anda”?
Eras una ficción.
Y nadie prendía velas
en nuestra casa.
El grito se incrustó en las paredes.
Fue la suciedad.
Así de sucio era el Paraíso
que me colgaste del cuello.
Yo deshojaba el vacío:
“Me quiere, no me quiere.
La Muerte.”
Al final no me quiso.
Me tocó seguir tragando pastillas.
¿Quién pecó más,
hombre de arena inconstante?
¿Mi desesperación o tu mentira?
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