DÓNDE ESTÁN TUS ZAPATOS
“Amar al otro es renunciar a poseerlo, incluso muerto.” - Jean-Yves Leloup
Mamá está llorando.
La escucho, entre sueños,
pero aprieto los párpados.
La arranco de mi cabeza
como a una ortiga.
Mamá me está doliendo demasiado.
Prefiero quedarme con vos,
pelo largo, remera verde,
veinticuatro o veinticinco años,
mi bebé entre tus brazos.
Mamá está llorando
y me erradica
del rayo de sol flotando en el polvo.
Entonces canto
como un pájaro en ruinas.
Toco tu ataúd y digo
“Te quiero, gordo”.
Toco tu soledad y comprendo
que a partir de los insectos y la lluvia
somos parte del polvo del camino
que acerca el cementerio hasta tu casa.
Mi casa.
Mamá está llorando
y no sé qué decirle,
porque a Cristo no le creo ni los clavos.
Tantos agujeros cavados en el cielo
y ninguno que sirva para sepultarte.
Dónde está la garantía del latido.
Dónde están tus Parisiennes.
Dónde están tus zapatos.
Tengo ganas de verte, hermanito.
Entonces me paro frente a un recuerdo azul
con una pintada de AC-DC
y un cartel descolocado que sugiere
“Descienda por la puerta trasera.”
Pero no lo abro, para no romperte.
Me basta pensar estás ahí con tus ratones,
con tus modestas epifanías,
con tu ironía intacta.
Mamá está llorando.
Otra vez.
Y yo…
Yo jamás fui tan vieja.